Andalucía

Querido presidente

La Razón
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Le escribo en esta su semana más amarga, en otro maléfico mes de mayo. Hasta los idus de mayo pasado, vivía envuelto en la sonrisa de la vida, y de eso hizo un eslogan. Aquellos eran tiempos en los que se ofrecía como el talismán de España, el amuleto de su partido, el hombre de la baraka. Tal era su suerte que hasta presumía de tenerla, porque había llegado sin pronóstico a la Secretaría General del PSOE y sin pronóstico al Gobierno. En el partido todos le solicitaban, no había campaña en la que no fuera el fetiche, no había mitin que no cerrara usted. Los simpatizantes, los afiliados, los ministros se arremolinaban en torno suyo, porque en su partido jamás nadie tuvo tanto poder como usted disfrutaba. Era aquel tiempo en que los suyos le adulaban y le temían a partes iguales, porque se exhibía como el perfecto animal político que es, al más puro estilo aristotélico.

Pero llegaron los idus de mayo pasado y usted, presidente, usted, que como César había desestimado la advertencia de los videntes no queriéndose enterar de la crisis, tuvo entonces que atender a los recados de otros, de Obama, de Merkel y de Sarkozy, sin escuchar a los suyos. Y de la noche a la mañana, el presidente que se había acostado social se levantó liberal. Dispuesto a borrar de su tarjeta de visita el epíteto social con el que pretendía pasar a la historia. Usted, Zapatero el rojo. Y esto es lo que hoy los suyos no le perdonan. Éstos que le fuerzan a un congreso para que se vaya del todo, no para un rato, para que olvide sus anhelos de quedarse mediopensionista a reivindicar lo que usted llama su legado.

Como decía Mao, la política es una guerra sin efusión de sangre, pero guerra al fin, así es que en éstas estamos, en esta terrible semana de otro mayo auténticamente doloroso. El PSOE, un partido esencialmente municipalista, acaba de perder los municipios mayores de 10.000 habitantes. Y todos miran hacia usted. Le culpan de sus miserias, de sus derrotas, de sus desdichas. Le culpan de su cesarismo. Les duele, como me consta que le duele a usted, que el partido se haya despedazado, que haya dos PSOE en Andalucía, dos en Madrid, dos en Cataluña, dos en el País Vasco, dos en Castilla-La Mancha... ¡Quién se lo iba a decir, presidente! Usted, que era la sonrisa en los carteles. «La sonrisa de ZP va a llevar a España al cachondeo padre», pronosticó Rajoy, pero las cosas ya no están para bromas. Sólo usted sigue sonriendo, como ha hecho esta semana, por aquello de que lo prometido es deuda y ya dijo que con sonrisa se iría. Pero mire lo que le digo, se le está poniendo la cara de Gioconda, porque ya no sé si sonríe de alegría o de tristeza. Y lo que le queda presidente. Porque, como en política los correligionarios son más peligrosos que los adversarios, tendrá tarea. La muerte en política la da el adversario en las urnas o los correligionarios en los cenáculos. Después del 22-M, pudiendo usted elegir el primer método, eligió el segundo. Muerte con agonía. Querido presidente, no le arriendo la ganancia.