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La Razón
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Un milagro en el último momento, un error en las encuestas, estupidez en el electorado…, cualquier cosa antes de pegarse el gran batacazo que se dio Obama en los comicios del martes. Pero lo normal en la vida es que cada uno recoja el fruto de lo que ha sembrado y el primer presidente de color en Estados Unidos ha sembrado frustración y decepción. Llegó a la Casa Blanca como el salvador de esa gran nación y sus errores han sido tantos que está a punto de hacer bueno a su denostado predecesor. La crisis económica sigue ahí, sin que en el horizonte aparezca el camino despejado. Tampoco luce el sol en Afganistán e Irán y el terrorismo islamista no ha dejado de asediar a Occidente.

Ahora parece que el lugar elegido para cobijarse es Yemen y si se opta por invadir ese país se pasarán a otro y así sucesivamente. No tengo la menor idea de cómo se combate una guerra en la que una parte utiliza como arma el terrorismo, pero lo que parece más grave: los grandes estadistas del mundo tampoco; y ahí radica el fracaso de sus cruzadas, porque como dijo el militar estadounidense cesado, «con el empate no vale». Y todo esto lo han percibido con claridad los estadounidenses que el martes no dudaron en hacérselo saber a Obama y al Partido Demócrata. Lo ocurrido en las urnas hace prever una legislatura complicada para el presidente que, probablemente, fue recibido con más ilusión no sólo en su país sino en todo el mundo bajo su influencia. Nunca hay que confundir deseos con realidad.