Estados Unidos
Votar con los pies
Una vez Marx recomendó a uno de sus seguidores que no se fuera a vivir a Estados Unidos. Era un consejo sorprendente porque Estados Unidos, con su alto grado de desarrollo, era el escenario perfecto para el advenimiento del socialismo. Sin embargo, notaba Marx con irritación, todos los que viajaban allí acababan abrazando con entusiasmo el capitalismo, la propiedad privada, los ideales de autonomía individual y libertad: era un país neoconservador, como dicen nuestros progresistas castizos. Los españoles que acarician ahora la idea de irse a vivir a Alemania llegarán a un país muy diferente. Alemania es un país con una economía regulada como pocas en el mundo. Con su tradición de seguridad social y su sistema de pensiones, parece un país seguro, como España está muy lejos de serlo.
Miradas las cosas de más cerca, no todo es tan claro. Se sabe, por ejemplo, que los salarios en Alemania no están ligados al índice de subida de los precios, como lo están aquí. Más bien, van relacionados con la productividad de cada empleado. El año pasado, en plena crisis, los sueldos habrán subido en España un 3 por ciento. Detrás de esta subida hay una elección moral que implica la igualdad y la solidaridad de todos con todos. Lo que se consigue es frenar la productividad (¿para qué voy a trabajar más si quien trabaja menos cobra lo mismo?) y mandar a la cola del paro a centenares de miles de personas, en particular jóvenes, a los que ni siquiera se da la oportunidad de demostrar lo que son capaces de hacer. (Sin contar con todas las personas con experiencia echadas a perder para siempre.)
Hay otras formas de flexibilidad aceptadas en Alemania, como son las de los horarios de trabajo o la de los despidos. Todo esto se puede negociar, entre otras cosas porque los sindicatos no son instituciones políticas. Con 6,8 millones de afiliados, su influencia es grande, pero no forman parte de la estructura del Estado, como en cambio sí que ocurre en nuestro país. Hemos reconstruido, como si por aquí no hubiera pasado la Transición, una economía neocorporativista. Allí los sindicatos tienden a reflejar los intereses de los empleados. Aquí los sindicalistas son funcionarios que viven del dinero público y nos imponen sus propios intereses. Les pagamos para que nos eviten tener que tomar decisiones por nuestra cuenta.
En Alemania, la educación abre desde temprano la posibilidad de optar por estudios profesionales que nadie considera de segunda clase. En nuestro país, en cambio, prima la igualdad por decreto. Para asegurar a todo el mundo un título, se incentiva el mínimo esfuerzo y se expulsa a los jóvenes del sistema de enseñanza… La seguridad en el trabajo que ofrece Alemania se basa en que los alemanes están dispuestos a asumir un margen de riesgo mayor que el que asumimos en España. El Gobierno socialista debería impedir que nuestros compatriotas se aventuraran en un país tan neoconservador y, sobre todo, tan peligroso.
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