Literatura

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Periodismo con cesarea

La Razón
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Por más que una opinión así me desacredite ante los teólogos de la profesión, sostendré hasta la muerte que al periodismo ha de tener acceso cualquier persona que tenga algo que contar y sepa hacerlo.
Ya sé que esto suena feo en los círculos de la ortodoxia corporativa, pero me reafirmo en mi convicción de que lo mejor que puede hacer un licenciado en Periodismo para ejercer el oficio con éxito es aceptar que en la facultad en la que estudió lo único sensato era el horario de la cafetería.
Por ser nieto, hijo y sobrino de periodistas, puede decirse que nací predispuesto a ser otro como ellos. Antes de estrenarme como profesional en la redacción de «El Correo Gallego», mi padre me dijo que este oficio consistía en contar muchas cosas en poco espacio, de manera que la concisión no fuese incompatible con la abundancia. Como él me la explicó, la realidad habría que contarla de manera que al leer la descripción de un melocotón, además de la piel y de la pulpa, la gente percibiese inequívocamente el hueso.
Eso significaba que el periodista tenía el deber de ser al mismo tiempo sobrio y minucioso, genérico y detallista, en un prodigioso ejercicio de fértil contención, como cuando en la limitada esfericidad de su abdomen a su paciente de Padrón el tocólogo le detectaba trillizos. «Si tienes que informar de una pelea en un antro –me dijo mi padre– piensa que por muy tumultuosa que sea, y salvo que haya muertos, habrás de contarla de manera que todas las bofetadas quepan con letra clara e inclinada en la palma de una mano».
Yo apliqué aquella idea a mi manera, así que con el tiempo comprendí que en caso del asesinato de un hombre, y pensando en ganarme el interés de la gente, lo mejor sería conseguir que el lector compadeciese a la victima y se enamorase de su viuda. De paso aprendí que el detalle periodístico ha de ir más allá de las dimensiones físicas de la noticia.
Alguien me dijo en mis comienzos que en la conducta de un hombre su educación no es siempre más determinante que su salud.
A una joven becaria que me pidió consejo hace algunos años le dejé sobre su mesa una nota que le habrá parecido poco ortodoxa: «Este oficio te parecerá hermoso si consigues describir la emoción de la maternidad en un espacio no mayor que la cicatriz de una cesárea».