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Welser-Möst lleva la pasión española al concierto de Año Nuevo

El Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, bajo la batuta del austríaco Welser-Möst, entusiasmó hoy al selecto público del Musikverein con un programa en el que hubo castañuelas y pandereta, reflejo de la fuente de inspiración que supuso España para los compositores austríacos del siglo XIX.

Welser-Möst desata la pasión española en el concierto de Año Nuevo
Welser-Möst desata la pasión española en el concierto de Año Nuevolarazon

La crueldad de los músicos, en su caso los de la London Philharmonic, granjeó al austríaco Franz Welser-Möst (Linz, 1960) el apodo de «Frankie Worse than Most», o sea, «Frankie el peor que la mayoría». Entre 1990 y 1996, al suceder en el puesto a Klaus Tennstedt, un artista tan difícil como genial, Möst atravesó la más dura etapa de su carrera, rechazado por su orquesta, la crítica y el público.

Granjearse la amistad del «Gran Yoda» de la prensa musical británica, Norman Lebrecht, tampoco resolvió mucho, y cuando a los 36 años abandonó Londres –había llegado con 30–, otro comentarista fue aún más brutal en su texto de despedida: «Vino de ninguna parte y se va a ninguna parte».

Pero la profecía no se cumplió. Welser-Möst no fue a ninguna parte, sino a la Ópera de Zürich, donde, de la mano de ese maestro de la gerencia que es Pereira, consiguió afianzarse profesionalmente y crearse, con tenacidad de hormiguita, una reputación y un crédito, valores estos que, trece años después, en torno a 2000, hicieron que Cristoph von Dohnányi le recomendara como su sucesor en la Orquestra de Cleveland y que la formación americana refrendara la propuesta.

Al empezar el siglo XXI, Welser-Möst, 40 años, era el heredero de la orquesta de George Szell, nada menos. De ahí al retorno triunfal a Europa, signado por giras con la formación estadounidense y un significativo contrato fonográfico con Deutsche Grammophon, sólo mediaba un paso, que se produjo en 2010, cuando la Ópera de Viena le designó nuevo Director Musical de la institución.

Ayer, día 1 de enero de 2011, la revancha de Welser-Möst, 50 años cumplidos el pasado octubre –la venganza es un plato que se come frío–, llegó a su clímax, cuando el artista dirigió el concierto más visto y oído del planeta, el de los «Valses», el de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que le ha recibido con orgullo patrio –desde Karajan y Harnoncourt, ningún austríaco dirigía la sesión–, compartido por el público, que ya le vitoreó antes de haber tocado una sola nota.

Y Franz, desde luego, no fue el peor director del Año Nuevo, pero tampoco el mejor. Su carácter, serio, circunspecto, introvertido, no cuadra en exceso con el ambiente festivo, desenfadado y hasta jocundo que preside la propuesta, siempre dentro de un altísimo nivel artístico que el de Linz mantuvo con su proverbial eficacia y claridad gestual. Pero cuando tiene que hacer de ferroviario, como en la Polka «Sin demora», y reemplazar la batuta por un marca agujas, se le nota forzado y cohibido, aunque su humor fuera creciente y terminara por marcar al público las palmas de la «Marcha Radetzky» con entusiasmo progresivo.

Selección entretenida
En conjunto, la selección de obras, entretenida y brillante, estuvo carente de grandes páginas de los dos hermanos Strauss, Johann y Josef. Se homenajeó a Liszt –200 años del nacimiento en 2011– con inteligencia y lujo sonoro, aunque en el «Vals Mefisto», de nuevo, faltó, más que chispa, malevolencia. Se ninguneo a Mahler –100 años de la muerte también en 2011–, del que difícilmente se podían programar valses, pero del que se podía haber tomado algún «Ländler» o vals rural de sus sinfonías; pero, aunque ha dirigido composiciones suyas, Möst es poco «fan» de sus obras.

Pero lo obvio es que Franz Welser-Möst tiene un punto de sosería del que le cuesta alejarse, y sólo ciertos instantes del «Danubio azul» o las divertidas páginas para-españolas –la inefable «Danza gitana» de la opereta de Hellmsesberger «La perla de Iberia», la «Marcha española» de Johann hijo o el «Cachucha Galop» de Johann padre– dejaron claro cuánto y bien puede hacer musicalmente el artista.

No fue Carlos Kleiber, no fue Karajan, no fue Mehta, Prêtre o el inalcanzable Boskowski, pero ayer dejó claro a sus detractores que la época del fácil desprecio pasó a la historia y que hay que contar con él. Y la reacción de la Filarmónica y de la audiencia permiten entrever que este «Neujarhr Konzert» sólo ha sido el primero de su historial.