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Un tipo de fiar
Lo que más se agradece de Rajoy es precisamente su prosa de registrador, precisa y fiable, cuya función no es encandilar al cliente, sino tranquilizarle con sus ahorros. Por fin un gobernante que no agita las palabras como sonajeros ni maneja los discursos como maracas, sino como plata de ley. En el principio de la política fue el verbo y la sintaxis, pero le han dado tantas patadas al diccionario en estos ocho años que ya nadie distingue entre un político y un chamarilero. Los políticos nos han despeñado al vacío asegurando que podíamos volar. Adularon nuestra vanidad. Nos vendieron idílicos horizontes en cómodos plazos. Pujaron entre ellos a ver quién ofrecía más a cambio de nuestros votos, nos trataron como a niños caprichosos y endeudaron lo ajeno. Y así estamos ahora, a dos velas. De la crisis económica se sale mal que bien, pero de la ruina política nadie se recupera sin una revolución moral y un cambio de guardia. Rajoy ha tenido el coraje de plantear esa regeneración moral. O los políticos dejan de ser la tercera preocupación de los españoles y salen del purgatorio o acabaremos todos en el infierno. Para eso se necesitan leyes más exigentes con la gestión de los bienes públicos, implacables con los corruptos y rigurosas con los ineptos. No basta con que los incompetentes paguen un coste político, también lo deben pagar civil y penalmente. Sin representantes fiables, respetados y respaldados no hay empresa común que salga adelante. Lo que está en juego no es la economía, sino la política. No es el capitalismo lo que necesita refundación, menuda memez, sino la forma de hacer política y de gobernar el interés general. Por decirlo con lenguaje «indignado», no es que falte pan, es que sobra chorizo.
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