Mundial de clubes
Glasgow el paraíso de Iker
Cuando vuelva a pisar esta noche la hierba fresca de Hampden Park, el legendario estadio nacional de Escocia, se agolparán en mi mente un montón de recuerdos, llegados directamente desde el año 2002. Habrá un balón bombeado, parabólico desde la izquierda y la figura de un conguito brasileño, de nombre Roberto Carlos. Habrá un reloj que se pare en la noche del tiempo mientras mis ojos se fijan en la media luna que nunca será media luna sobre el lado izquierdo.
Será el momento en el que Zinedine Zidane se perfile con tintes de torero en la suerte de matar, sacará el estoque, una bota izquierda privilegiada que empalmará un cañonazo directo a la escuadra derecha de un portero cualquiera.
Glasgow estará siempre en mis recuerdos, como lo estarán el Arena de Amsterdam, el Parque de los Príncipes o St. Dennis, las torres del viejo Wembley o el Soccer City de Johannesburgo. Hay goles para la historia, remates para enmarcar. El piloto de Iberia, a la mañana siguiente, nos llevó a sobrevolar Hampden Park. El comandante José Bueno pidió permiso a la torre para sobrevolarlo dos veces. Era madridista. Cuando vuelva esta noche, lamentaré que no haya más Zidanes, pero sabré que hay Casillas, Xavis, Iniestas, Villas, Sergios... Salimos de Glasgow campeones de Europa y regresamos campeones del mundo. Y en medio de ese enorme cielo plagado de estrellas, Iker Casillas. El más grande. De Glasgow destacamos la volea ganadora, pero la Copa fue obra de Iker, con un cuarto de hora superlativo, excepcional, insuperable, que le dio al Madrid la Novena. Los que entonces lo despreciaban le rinden ahora pleitesía. Nunca es tarde para pedirle perdón.
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