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Cama con niño por José Luis Alvite
En tantos años de callejeo me he dado cuenta de que se puede ser amoral y decente al mismo tiempo, igual que una rana vive en el agua y lo hace también sobre tierra firme en la orilla. Un tipo que me asaltó en la calle me exigió que le entregase el único billete que llevaba encima y me hizo la promesa de traerme cambio al día siguiente. Me entraron dudas, pero lo hizo. Su asalto fue una inmoralidad, pero no negaré que su actitud fue decente. Creo que fue en el mismo año cuando una fulana me prestó dinero para que pagase a continuación su servicio en el burdel. A mí al principio me pareció inmoral aceptar su dinero, pero lo hice porque entendí que para ella habría sido indecente acostarse gratis conmigo. Su explicación fue de una franqueza apabullante: «Estamos en mi trabajo y no puedo acostarme gratis contigo. A este lado de la puerta de la calle mi conciencia le deja su sitio a mis intereses, cielo. Si te adelanto el dinero no es porque seas mi amigo, sino para que comprendas que aquí eres mi cliente. Tú dirás que soy tu musa o algo por el estilo, y eso está muy bien, cariño, pero te aseguro que cuando me pongo la ropa de faena, sólo soy un toro mecánico con una ranura para las monedas». Para ser inmoral, resultó sin duda una chica muy decente que me prestó su dinero para que después de pagarle aún le quedase a deber. Y puedo jurar que en mi vida el suyo no fue un caso aislado. Una mujer colombiana me invitó a que la acompañase de madrugada a su casa desde el garito en el que trabajaba. Me dijo: «No suelo traer hombres a casa porque soy decente. Esta noche es distinto porque en mi cama duerme un niño de seis años y me hace ilusión que sepa que entre sueños lo arropó un hombre».
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