Historia
Por Japón por María José Navarro
Desde el pasado día once, de vez en cuando, hago el ejercicio de tratar de ponerme en los zapatos de un japonés. Esto para muchos de Vds puede resultar fácil, quizá porque posean la capacidad de imaginarse viviendo en otra cultura, en otro país, en una civilización distinta.
Mi caso es el contrario: creo que he nacido justamente donde podía hacerlo y donde soy capaz de sobrevivir sin mucho esfuerzo, donde se me permite existir sin hacerme demasiadas preguntas, donde poseo todo a mi alcance simplemente con pedirlo.
Tengo amigos deseosos de volver a África y quedarse allí, tengo amigas que sueñan con vivir en Asia y trabajar por los demás, tengo familia política que se siente como en casa en los países musulmanes. A mí no me pasa. No me siento orgullosa, pero prefiero no usar el «photoshop» moral. Tratando de ponerme en los zapatos de un japonés he llegado a la conclusión de que lo haría muy mal. Quiero decir que a estas alturas estaría dando gritos, o muerta, o zumbada, o aterrorizada sin disimularlo. O saltándome las colas, robando de las estanterías en las que quedara algo, saqueando junto a una marabunta, o subiendo los precios si la tienda fuera mía.
Tampoco descarto que este miércoles me hubiera echado a la calle para exigir a mi gobierno la verdad absoluta, para culparlo de poner en funcionamiento las alarmas del tsunami tarde, de ocultar una catástrofe nuclear y de no admitir a las primeras de cambio la ayuda internacional.
Saldría a implorar que Sarkozy me contara qué es lo que exactamente pasa en los viejos reactores de Fukushima (que, por lo visto, los franceses, con sus nuevas y resplandecientes centrales nucleares, lo saben todo fetén y mucho antes) y de paso pediría una vivienda digna, que se haga justicia y que se revoquen los límites de velocidad. Todo mezclado para contribuir al caos.
Pero los japoneses no son así y una siente que les debe lo único que puede ofrecerles a distancia: información veraz. Por eso me declaro públicamente incapaz de emitir una opinión que vaya más allá del reconocimiento a la ejemplar reacción del pueblo nipón, de su sentido de la aceptación sin resignación, de la dignidad y el honor, de la contención. Es la hora de los técnicos, de los especialistas, de los físicos nucleares, de los expertos, de aquellos que tienen que medir los riesgos, las posibilidades y las consecuencias. Y cuando hayamos hecho todo lo posible desde nuestro silencio y respeto, llegará el momento de plantearnos si este modo de vida tiene sentido. #prayforjapan
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