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Dos historias por Cristina López Schlichting

La Razón
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Es injusto que te peguen. No eres un animal. Si no comprendes esto, algo falla en tu interior y debes pedir ayuda. Aunque sólo sea para empezar a entender qué falla. Las personas hablamos, discutimos incluso. Hombres y mujeres diferimos hasta la separación, pero pegarse –que ocurre– es una práctica inmoral que constituye delito. Dicho esto, sólo puedo contarles mi experiencia. Hace diez años tuve una trabajadora doméstica divorciada de un hombre, un pintor de relativo éxito, que durante años le había pegado y retratado después en sus cuadros, malherida. Afortunadamente él había desaparecido de su vida, pero el ejemplo del padre había calado en el hijo, que se estaba convirtiendo en un delincuente. La existencia de aquella mujer nunca se recuperó del encuentro con tan mala persona. La segunda historia es la de mis amigos Félix y María. Él la golpeó y pasó la noche en el calabozo. Tiempo después ella me confesó que habían forcejeado por una desavenencia y que él nunca la había agredido. Lo siento muchísimo por cierto feminismo exacerbado, pero ambas historias son del todo y absolutamente verdaderas. Y estoy completamente convencida de que, porque yo cuente la segunda de ellas, no van a dejar de rebelarse contra la injusticia las mujeres agredidas decididas a defenderse. Todo es un problema de leyes justas, recursos policiales, información pública y educación. Una mujer que no denuncia, o está amedrentada (y para eso están los pisos de acogida) o resignada (y para eso está la formación). Nadie deja de denunciar por la mentira de otras. Pero, eso sí, no denunciar puede costarte la vida. Hay que repetirlo.