ONG

Días de jadeo (I) por José Luis Alvite

La Razón
La RazónLa Razón

En alguna parte he leído que por culpa de la crisis económica se ha producido un repunte en el número de españolas que se dedican a la prostitución. Quienes consideran eso una degradación tal vez tendrían que comprender que se trata también de un viejo recurso del que se echa mano en situaciones desesperadas, cuando la necesidad aprieta, las facturas se amontonan y la decencia ya no es rentable. Las españolas fueron mayoría en los burdeles nacionales hace treinta años, cuando su primacía sólo era amenazada muy de lejos por la presencia de muchachas portuguesas, antes de que unas y otras fuesen desplazadas por las remesas de dominicanas en los años que precedieron a la invasión de mujeres procedentes del Este de Europa, que trajeron la frialdad moral a los locales de alterne e implantaron un estilo mímico e indiferente. No sé qué fue de mi amiga R., una compostelana que ejerció la prostitución cuando las españolas eran hegemónicas en el gremio y que se retiró del oficio con más deudas de las que había podido saldar, porque a la hora de cobrar el servicio le podía demasiadas veces la compasión. La llevé en coche muchas madrugadas a casa, donde vivía con su marido y tres hijos. Aquel tipo no decía nada. Estaba acostumbrado a dejarles su sitio en la cama a los clientes. Era duro de oído para los jadeos y tenía facilidad para reanudar el sueño. Yo le pasaba un cigarrillo mientras ella se desmaquillaba en el baño y él se sentaba en el borde de la cama y me daba conversación. Había sido mozo de equipajes en un hotel de la ciudad y llevaba años sin trabajar por culpa de un problema en la espalda. Una vez desayuné en su casa un guiso magreado y carnal que sabía como si lo hubiese calentando sentándose desnuda en él.