Ciclismo

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Los vikingos toman el Tour

El Tour está lleno de intrahistorias. Ganador y líder no tienen derecho a acaparar toda la atención, que no sería poca pues uno, Boasson Hagen, alzador de brazos, es el talento y el futuro unidos en un portento espectacular y el otro, el amarillo con el que ha teñido Hushovd a su maillot de campeón del mundo, aguanta una jornada más al frente de la general.

Contador, a la derecha de la imagen, rodaba muy cerca del líder de la ronda francesa, Hushovd, cuando el pelotón sufrió el aguacero
Contador, a la derecha de la imagen, rodaba muy cerca del líder de la ronda francesa, Hushovd, cuando el pelotón sufrió el aguacerolarazon

Ambos son noruegos, el país de los renos y el esquí. Pero en el Tour hay cámaras para mucho más. Espacio para todos. Líneas de color rojo las que podría escribir Contador y su noche de penurias tras la caída del martes en Fréhel. «He dormido regular», decía aún medio aletargado en la línea de salida de Dinan, «pero estoy bien».
Camino del control de firmas, a Juanma Gárate, del Rabobank, le dicen que apueste. Nada. «No doy un duro por mí mismo». Apenas puede moverse el de Irún, otro que se cayó al suelo. Pensaba que iba a hacer las maletas y marcharse para casa. «Al principio de la etapa no podía ni comer, ni beber ni mover los cambios». Inmóvil en un cuerpo hinchado. Sólo media hora después, empezó a desinflarse, a respirar. A sentir que era ciclista. Como pudo, tonteando con los posibles cortes en un final otra vez de infarto, adosado a la parte trasera, se agarró Gárate al Tour. «He conseguido salvar el día». Llegó a Lisieu, a la baja Normandía donde desembarcó victorioso Boasson Hagen. Héroe Gárate. Así, de ídolo, acreditan al vencedor Hagen. 24 años recién cumplidos enclaustrados en un metro y 81 centímetros. Un tallo de 76 kilos de peso. Planta impresionante, cincelada a medida como la sexta etapa lo estaba para él. «Practicaba esquí y ciclismo, pero esto se me daba mucho mejor», asegura. Ganaba bastante más. Así que dejó de planear sobre la nieve para volar en bicicleta. A su estilo Hagen, de clásicas troquelado.
Cotas y lluvia ocasional, a ratos jugó el agua, incesante y vengativa con el pelotón. «Había momentos en los que no se veía nada», aseguró el propio Alberto Contador. Sinónimo de caídas, como la de Leipheimer, uno de los líderes del potente RadioShack, que se fue al suelo en la parte final con castigo. Más de un minuto perdido en meta.
Demasiado para una etapa de la primera semana, clásica, aunque no se corriera como el romántico mes de abril. Nada de ataques alocados y lanzamientos en los descensos de las cotas. A Leonardo Duque, Roux, Malori, Hoogerland y Westra, el pelotón los mantuvo cerca, a una distancia prudencial. Lo necesario para mantener la calma hasta el final, pero la lluvia puso como suelo un espejo resbaladizo y los nervios afloraron. Poco tardaron en cazarlos. En esas estaba el HTC de Cavendish, engrandecidos tras la victoria que ni ellos creían posible.

¿Por qué no repetir?
Le dieron emoción al final Voeckler, el especialista en sustos y Vanendert. Juntos estiraron al pelotón, poco más pues en la lejanía, Cadel Evans y Alberto Contador, perfectamente posicionado, tanto que hasta se especuló con un ataque del madrileño, pronto los atraparon. Fue cosa de Millar, el gregario de Hushovd. Noruego, como Boasson Hagen. Los vikingos toman el poder en Normandía. Fue un esprint agónico, tremendo. De los que revientan a cualquiera. Geraint Thomas dio el último relevo a Hagen y éste remató. Ésa es su mayor satisfacción, dice. «El mejor sentimiento es cuando te sientes imbatible, cuando eres el más rápido. A veces siento que vuelo», confesó. Entonces no pensó en el cansancio, sólo en volar camino de Lisiéux, Normandía y su desembarco. El suyo y el de Hushovd. Los vikingos toman el Tour.

El doble cambio de Contador
A pesar de su caída del martes, Contador pasó la sexta etapa sin mayores dolores. El aguacero que cayó sobre el pelotón hizo que en la rueda del madrileño se colara «alguna piedrecilla» y por ello se decidió a cambiar de bicicleta. Pero no esperó a la llegada del coche de equipo para tomar una suya, «para asegurar cogí la de Dani Navarro, no era un buen momento para esperar». Después, cuando notó que la carrera iba más tranquila, volvió a cambiar de bicicleta, para devolvérsela a su gregario.