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Transmitió seguridad
Rajoy hizo ayer el discurso que se esperaba de él: serio en el fondo, impecable en la forma, bien armado y estructurado para transmitir la seguridad que correspondía. Y lo hizo desde la gravedad y el realismo. El país está tan mal que sólo cabe «decir la verdad» y convocar a la nación a luchar contra la crisis con un sobreesfuerzo en todos los ámbitos.
De manera que lo que ahora viene no puede ser más que sacrificio: no habrá reposición de funcionarios en el sector público, se acabaron los puentes, se mantendrá la jubilación a los 67 años, punto y final a las prejubilaciones, duras reformas en la banca y medidas concretas para liquidar la duplicidad administrativa y el derroche en las autonomías.
No dio demasiadas cifras concretas porque no hacía falta. Lo importante era enmarcar bien la situación, proponer las recetas y transmitir a la Cámara que todo se hará con voluntad de consenso, con espíritu de concordia, pero sabiendo que «hay que hacerlo». Un buen discurso que resumió con la frase: «No he venido aquí a cosechar lisonjas sino a resolver problemas».
La estrategia de Rubalcaba consistió en entrarle a Rajoy por la vía de la lealtad haciendo una intervención que dejaba entrever demasiado que todo su interés está en seguir en la pomada intentando gobernar desde la oposición a través de pactos puntuales con los que conservar su cuota de poder. Claro que para ello tendrá que ganar el Congreso de su partido en febrero, algo que a estas alturas no tiene claro.
Quizás por eso ayer se le notaba algo nervioso, aunque reconfortado por el aplauso forzado de una bancada socialista en la que había quienes, como Elena Valenciano, jaleaban sin parar, o como Carme Chacón, que raramente le aplaudió. Zapatero, entretanto, le miraba en la distancia.
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