China

Nobel a China

La Razón
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Hace una semana Liu Xiaobo ganó el premio Nobel por su «lucha pacífica en favor de los derechos humanos fundamentales en China». Luego, más de veinte veteranos del aparato comunista han publicado una carta denunciando la ausencia de libertad de expresión. Otras cien personalidades, académicos y ciudadanos, han firmado también un comunicado en pro de las reformas democráticas. Todo esto es poco, se dirá, pero es mucho en un país sin libertad política, donde no se respetan los derechos humanos y donde se mantienen detenidas, según el Departamento de Estado norteamericano, a decenas de miles de personas, desde disidentes políticos a creyentes. También permanecen encarcelados en campos de trabajo –los «laogai», de los que hay al menos 900– a como mínimo 250.000 personas, según la Laogai Research Foundation. Así que gracias al Nobel se consolidará una exigencia que el gobierno chino no podrá seguir ignorando siempre. También se le podría recordar que la democracia, en contra de lo que se suele imaginar, es un régimen profundamente estabilizador y conservador, mucho más que los autoritarios. ¿Por qué el miedo a Xiaobo? Cosa muy distinta es que este Nobel nos sirva a los occidentales de coartada, y en vez de competir con la economía china, intentemos defendernos de ella levantando barreras al comercio y a las importaciones. La situación recuerda a los conflictos coloniales del siglo XIX, con los papeles cambiados. China es ahora la potencia exportadora y los occidentales, los que aspiran a encastillarse y seguir viviendo en un mundo feliz, dedicado al ocio y a la vida relajada, donde la gente tiene seis semanas de vacaciones al año, trabaja unas treinta y seis horas a la semana y aspira a trabajar menos aún... todo pagado por los demás. Los antiguos mercados cautivos han descubierto el truco que hizo grande a Occidente, que es el gusto por el trabajo. Y han descubierto también que a los occidentales ya no nos apetece trabajar. Nos están dando una lección memorable, y haríamos bien en aprenderla en vez de empeñarnos en seguir viviendo de las rentas en un mundo en el que el monopolio de la riqueza ya no lo tiene nadie.