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A quién mira Tomás Gómez

La Razón
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Se le ha hecho poca justicia a Gómez, don Tomás, ese niño que –dice– fue pasto de la enseñanza pública (que no inventó Felipe González). ¿Invictus? Mejor un guerrero galo: «Pasodetodix». Con la mirada puesta en la lejanía, no se digna mirar ni a sus adversarios, o sea, Lissavetzky (¡qué buen señor, a pesar de su federación!), ni de frente a sus posibles votantes. Me ha mandado propaganda electoral: dos cartas (le da el presupuesto con lo que nos han rebajado a los funcionarios). Una, por una sola cara, con una fotito en la parte superior de Lissavetzky, que le da mil vueltas en lo personal y en lo intelectual.

Otra, impresa por ambos lados: el haz, su foto a toda página (pero… ¿A quién mira este sujeto?); el envés, una carta con faltas de ortografía. La primera, «ti» con acento; la segunda, «mayo» con mayúscula; la tercera, el conector «en definitiva» sin la correspondiente y ortográfica coma; la cuarta, la que habla de su compromiso «honesto» (la honestidad en español se mide de cintura para abajo, que se lo pregunte a Álex Grijelmo), por lo que a los ciudadanos ese compromiso nos importa una higa.

«Todos y todas»
La quinta no es falta de ortografía, es de educación: me tutea sin conocerme. La sexta es falta de caradura: «Te necesito para defender juntos los Servicios Públicos» (yo elijo cada cuatro años a políticos trabajadores, que no me pidan –encima- que les haga el trabajo); la séptima vuelve a ser ortográfica: «un Gobierno serio y responsable, que piense…»: oración de relativo especificativa que no puede llevar coma. La última, el absurdo «todos y todas» cuando luego habla solamente de «los jóvenes, los trabajadores, los autónomos». Y yo, además, no soy gente común: soy feo, católico y sentimental, como el marqués de Bradomín. Y del Real Madrid, con la que está cayendo.