Cataluña
Cómplice para nada
El anuncio de Antoni Castells de que no irá en las listas del PSC a las elecciones catalanas no es sino una manifestación propia de lo que era evidente. El aún consejero de Economía de la Generalitat ha querido acabar su segunda legislatura como responsable de la misma cartera dándole un portazo bien sonoro al president José Montilla, que llega a los comicios solo y abandonado, desahuciado por las encuestas, aislado en el Gobierno, distanciado de sus socios del tripartito, tachado de renegado por sus compañeros socialistas de Madrid y el resto de España, y de desertor por quienes, como Castell, Maragall, Tura y otros eximios representantes del catalanismo socialista, nunca le van a aceptar como uno de los suyos, por mucho travestismo que haga o manifestación soberanista a la que se sume o convoque. Es el melodrama de quien ha perdido cuatro años sin hacer lo que debía. Ha pasteleado con ERC, Saura y el propio PSC olvidando que la fuerza del socialismo en Cataluña no la otorgan los maragales y casteles de turno, representantes al cabo de un sector elitista y minoritario, sino que sale de los barrios obreros de origen español, del populoso cinturón de Barcelona, de la masiva feria de abril y las espontáneas manifestaciones populares en las calles celebrando el triunfo de la selección de fútbol. Prueba de ello es que en las elecciones generales el PSOE siempre arrasa y en las autonómicas el PSC se estrella. Pero el PSC se ha empeñado siempre en elegir el camino equivocado, en poner los intereses del nacionalismo por encima de las necesidades de sus votantes metropolitanos. Ocurrió con Reventos y después con Obiols y más tarde con Maragall. Y ha sucedido ahora con Montilla, por desgracia para el presidente cordobés. Montilla ha tenido la oportunidad de convertir al PSC en un partido más socialista que nacionalista, pero por prejuicios y complejos en cierta medida comprensibles se ha dejado envolver por una acción de gobierno más nacionalista que socialista, que concluyó el otro día con la guinda de la prohibición de la fiesta de los toros. Antes de eso fue co-partícipe, en tanto que presidente y miembro del segundo tripartito, de una campaña calculada para eliminar todo lo español, expuesta a diario en algunos programas de TV3, las subvenciones a los grupos independentistas, el arrinconamiento del castellano como lengua co-oficial de la comunidad, la abusiva política de multas a quienes no rotulan en catalán, las cuotas lingüísticas en radio, cine y televisión, las sanciones a los taxistas que llevan banderas españolas, y esperpentos varios como la prohibición de vender estatuillas de «bailaoras» andaluzas a los turistas, la prohibición de los partidos de La Roja en los campamentos de verano y ahora también esta última y calculada prohibición de los toros, no por defensa del animal como argumentan sino por ser exponente de una fiesta española que debe ser por eso mismo desterrada.
De estas y otras tropelías separatistas ha sido cómplice Montilla en estos años de gobierno tripartito, entregado a la causa con el entusiasmo del que abraza una nueva religión y se ve obligado a ser más papista que el Papa, olvidando cuál es el pago de Roma y que por mucho que diga o haga nunca será aceptado como catalán pata negra por los Castells de turno.
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