Papeete
Tahití: con los pies en el paraíso
Al aterrizar en el aeropuerto de Papeete, la aromática corona de flores de tiaré recibe al visitante. Al despedirle, una guirnalda de conchas con fragancias saladas de agua marina pronostica su regreso a las islas
Cinco archipiélagos de origen volcánico componen Tahití y sus islas, una extensión tan grande como Europa donde el protagonista es el mar. Papeete, la capital, es el pulmón económico de las islas gracias a su puerto y a las empresas y comercios que han ido creciendo desde que la reina Pomare IV se trasladó a la ciudad y la erigió capital en 1820, permaneciendo como tal durante el final de la dinastía y su anexión a Francia. En Papeete hay que visitar el famoso «Marché» donde familiarizarse con las frutas tropicales, la artesanía popular y sobre todo con la importancia de las flores en el mundo tahitiano. El Museo de Tahití es importante para conocer su historia y el de Paul Gauguin para observar el colorido de las islas plasmado en el lienzo con un realismo pasmoso, mientras que recorrer por la noche las «roulottes» en el puerto es un buen comienzo para disfrutar de su gastronomía. Una vez visto Papeete llega el momento de decidir a cuál de las 118 islas dirigirse. La balanza se inclina por las Islas Leeward, al oeste del archipiélago de La Sociedad. Huahine, Raiatea, Tahaa, Bora Bora y Maupiti tienen en común ese mar esmeralda turquesa transparente que deja ver con perfecta claridad los corales, los peces de colores e incluso los tiburones punta negra que, según dicen por allí, son pacíficos y simpáticos. Las coronas de flores adornando los cabellos de mujeres y niñas, la alegría vital de la gente y los tatuajes son rasgos comunes en los tahitianos como lo es la sensualidad con la que bailan el «tamure» balanceando caderas y brazos al ritmo de las olas.
Sin embargo, cada isla tiene su peculiaridad. En Tahaa, por ejemplo, está el reino de la vainilla. El 80 por ciento de la exportación de vainilla sale de la bella Tahaa. Allí casan –como le llaman a la polinización manual– unos 3.000 matrimonios diarios a partir de las tres o cuatro de la mañana, que es cuando la indómita flor decide abrirse en todo su esplendor, y antes del atardecer, que es cuando muere si nadie se ha casado con ella. Raiatea es su isla hermana, pues comparten laguna, copra y vanilla. Es la isla más grande de Sotavento y en su capital Uturoa los científicos tratan de desarrollar la ostricultura. La diferencia del resto de islas es el fluir del único río navegable, el Pa Faaroa, y sus rías Faaroa, Opea y Faatemu.
Huahine tiene la única granja de perla negra en el archipiélago de La Sociedad, esa perla de tonos únicos en la que el rosado y el verde se combinan de forma exquisita sin llegar a ser marrón. Maupiti es la joya escondida, una Bora Bora en miniatura con muchos de sus encantos y otros genuinos como son los restos del templo Marae Vaiahu, un puntal en el culto nativo y la vasta extensión de plantaciones de sandías.
Dulce luna de miel
Bora Bora suena a dulces lunas de miel, y razón no le falta. El aterrizaje en uno de sus «motus» o islotes corta la respiración. Desde allí los pasajeros se embarcarán en canoas o lanchas para distribuirse a sus destinos. Vaitape, su capital, suele ser el punto central desde donde recorrer las maravillas de la isla. Al amparo del volcán Otemanu, que pasa de acogedor a dramático según salga o se ponga el sol, se sitúan numerosos bungalows a modo de palafitos, cuyo hotel madre se encargará de hacerle la vida agradable al recién llegado en cada instante. Actividades acuáticas o terrestres, masajes de Monoi (aceite de coco con perfume de tiaré, la flor nacional tahitiana) o degustación de platos típicos como el pescado mahi-mahi a la vainilla son algunas de las opciones. Y por la noche resulta imprescindible la celebración de un Ahima´a (fuego y comida) donde se entierran las carnes, pescados y vegetales envueltos en hojas hasta su cocción, mientras el público goza del «tamuré» con un «maitai» (ron blanco, ron moreno, zumo de piña y un tapón de cointreau), o un «Piña Lagoon» (leche de coco, almíbar de azúcar de caña, néctar de piña y ron blanco) o con una jarra de la más popular de las cervezas, la «Hinano».
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