Estados Unidos
Anticonceptivos falsos para aumentar el número de abortos
«Nuestro objetivo es conseguir que las niñas de 13 a 18 años aborten de tres a cinco veces». Éste es el objetivo que tenía marcado una de las clínicas abortistas más importantes de Estados Unidos. Para ello, se ganan la confianza de las adolescentes, les entregan métodos anticonceptivos de baja dosis o defectuosos y luego se encargan de «arreglar» el problema que ellos han creado.
«Blood money (el valor de una vida)», un demoledor documental firmado por David K. Kyle y protagonizado por Alveda King, sobrina de Martin Luther King, ofrece una visión descarnada de la utilización comercial que se hace de la vida de las adolescentes y de sus hijos, la falta de higiene de las clínicas, la venta de fetos muertos, la ocultación de muertes en el quirófano o la utilización de drogas y alcohol de los responsables del aborto. El cineasta K. Kyle, a través de testimonios de víctimas, juristas, providas y trabajadoras de clínicas abortistas, realiza un recorrido histórico del aborto en Estados Unidos y focaliza su atención en las consecuencias de la voracidad de estos centros.
Estrategia comercial
Uno de los ejemplos más clarificadores de lo que está ocurriendo es el de Carol Everette, directora de uno de estos centros, que explica con todo tipo de detalle la estrategia comercial y cómo se trataba a las personas y a los fetos como meros objetos de usar y tirar, literalmente. «Teníamos un plan para vender abortos y se llamaba plan de educación sexual. Primero rompíamos su timidez, las separábamos de sus padres y de sus valores y nos convertíamos en sus asesores expertos en relaciones sexuales, de manera que, cuando recurrían a nosotros, les dábamos píldoras anticonceptivas de baja dosis o preservativos defectuosos para que pudieran quedarse embarazadas». «Éramos televendedores, había todo un protocolo comercial... Decíamos "estás de ocho semanas", en lugar de "podrías estar". Las dirigíamos. Cuando dudaban, les decíamos "tus padres te van a matar"o "tendrás que dejar tu equipo de entrenamiento". El aborto estaba vendido», relató.
En el caso de que no estuvieran encintas, la estrategia cambiaba: «Les hacíamos el test de embarazo y, cuando era negativo, la trasladábamos inmediatamente a un ecógrafo y le guiábamos para que pensara que una mancha en el estómago era el feto. Después, el objetivo era que no saliera de la clínica, había que convencerla de que se practicara el aborto en ese mismo momento».
Infección y muerte
Everett, responsable de más de 35.000 abortos, confesó que el 75% de las mujeres cogían algún tipo de infección en el quirófano. «Practicábamos de 20 a 30 abortos a la hora y sólo había instrumental para 20. Era imposible limpiarlos y esterilizarlos. Una de cada 500 moría o tenía que ser operada de algo que cambiaría su vida para siempre. El consumo de drogas y alcohol entre los trabajadores era habitual. También se vendían los cuerpos muertos de los bebés. El sonido del llanto dio paso al de la caja registradora».
Para las ocasiones en las que algo salía mal, también había un plan B. Lo tapábamos todo. Un día llegó una joven de 22 años y con 22 semanas de gestación que quería abortar. El ginecólogo le perforó el útero y sacó el saco intestinal por la vagina. Hubo que trasladarla a un hospital, no al mejor, sino a uno "amigo", donde siete médicos la intervinieron. Al bebé lo mataron con unas cortinas de bañera y lo incineraron allí mismo. La joven no demandó porque le dijimos que había tenido un embarazo abdominal».
Una mujer recordó con sufrimiento el trato recibido. «Mataron a mi bebé de una inyección, pero no me puse de parto hasta dos días después. Me metieron en una especie de armario con un váter y la enfermera me dijo que tenía que apretar para que saliera».
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