Nueva Delhi
Sarkozy pide en Tokio una mejora global de la seguridad nuclear
El accidente de Fukushima no va a acabar con la energía nuclear, pero habrá que incrementar las medidas de seguridad y establecer un protocolo internacional.
Esa fue la esencia del mensaje lanzado ayer en Tokio por los respectivos líderes de la segunda y la tercera potencia nuclear: el presidente francés, Nicolas Sarkozy y el primer ministro japonés, Naoto Kan.
En una rueda de prensa conjunta, acordaron impulsar una normativa internacional sobre energía atómica, que debería estar lista antes de que acabe el año. «Necesitamos mejorar los estándares de seguridad, en lugar de debatir si paramos la producción de energía nuclear», resumió Sarkozy.
Hoy se cumplen tres semanas desde que el salvaje terremoto de Tohoku puso en jaque la seguridad japonesa. Y, aunque la fuga radiactiva tiende a empeorar y entre los expertos cunde el pesimismo, empieza a perfilarse una reacción política casi unánime: invertir más en evitar nuevas catástrofes, pero sin renunciar a los planes atómicos. «No tenemos muchas más opciones si queremos reducir la emisión de CO2», admitió Sarkozy, que presumió de ser el primer jefe de estado extranjero que acude a arrimar el hombro a Japón.
El presidente francés olvidó, por cierto, que sus expertos nucleares fueron los más catastrofistas en las primeras fases de la crisis, aquellos días en los que los diplomáticos galos y alemanes contribuyeron a disparar el pánico más que los índices de radiación.
Francia tiene razones de peso para seguir apostando por la fisión del átomo: no sólo obtiene por esta vía cerca del 80% de la energía que consume, sino que vende lo que le sobra a países que en su momento vetaron la opción nuclear, como por ejemplo Italia o España. Además, Sarkozy tiene grandes planes para el gigante atómico estatal Areva, que hasta hace tres semanas se encontraba en plena expansión, planeando implantar su tecnología por medio mundo.
Si entre las viejas potencias parece imponerse el continuismo, los nuevos «dragones atómicos», casi todos en Asia, ya han dejado claro que seguirán con sus planes de expansión, aunque el ejemplo de Fukushima les obligue a invertir más en seguridad, o al menos en prometérselo a sus ciudadanos. Así lo han dejando entender en las últimas semanas China, India, Corea del Sur, Vietnam, e incluso Indonesia, cuyo territorio sufre frecuentes desastres naturales. Mención aparte merecen los dos primeros de la lista: juntos, los gobiernos de Pekín y Nueva Delhi capitalizan cerca del 70% de las nuevas instalaciones nucleares en construcción.
Mientras, frente a las costas de Fukushima los niveles de radiactividad seguían creciendo, haciéndose 4.385 veces superiores a los límites permitidos para el mar. La última medida anunciada ayer para controlar la situación de los reactores fue traer de EE UU unos robots que serán utilizados allí donde los trabajadores no puedan llegar.
¿Qué hacer con mil cadáveres radiactivos?
- Dentro del perímetro de seguridad trazado alrededor de Fukushima, entre los escombros del tsunami, se pudren más de mil cadáveres que nadie se atreve a recoger. Fuentes policiales confesaron anoche a la agencia Kyodo que se han abandonado ya varios cuerpos en los que se encontraron cantidades alarmantes de material radiactivo. Ahora se estudia una manera segura de recogerlos y «limpiarlos» antes de entregarlos a los familiares. De lo contrario se correría el riesgo de extender la contaminación, especialmente si se creman los cuerpos, ya que se enviarían partículas radiactivas a la atmósfera.
Otro problema es que los cadáveres, muchos de ellos devueltos por el mar, se encuentran en avanzado proceso de descomposición y la descontaminación atómica es un proceso agresivo que podría dejarlos definitivamente irreconocibles.
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