Sindicatos
Incongruencia sindical
A medida que se acerca el día fijado para la huelga general, el 29 de septiembre, más difícil les resulta a los dirigentes sindicales hallar argumentos que la justifiquen sin caer en paradojas y contradicciones. Lo reconoció ayer, tras cumplimentarse el trámite administrativo de la convovatoria ante el Ministerio de Trabajo, Ignacio Fernández Toxo al reconocer que «lo raro sería que la gente nos aplaudiera por hacer la huelga». En realidad, lo raro es que los sindicatos la convoquen y se empecinen en mantenella contra la voluntad mayoritaria de los trabajadores, pues una cosa es que exista un hondo malestar general contra la política económica del Gobierno y otra bien distinta que la forma más adecuada de combatirla sea mediante una huelga general. El grito de «No la hagáis» que se oyó en Rodiezmo este domingo es elocuente por sí mismo. Si, como sostiene el líder de CC OO, el paro es la constatación de que ha fracasado el diálogo social, también es verdad que los sindicalistas son en buena parte responsables de ese fracaso. Pero la autocrítica no figura entre sus virtudes, de ahí que tanto los «ugetistas» como los de Comisiones estén atrapados en un bucle de contradicciones, de falacias e incluso de cinismo político que socava el escaso crédito que les queda ante la sociedad. Resulta esclarecedora, por ejemplo, la campaña de videos puesta en marcha por la UGT mediante la cual pretende desvelar «las mentiras de la crisis» de la mano del actor que popularizó el personaje Chikilicuatre. Lo de menos es que sus guiones sean pedestres y ajenos al buen gusto; lo pasmoso es que para justificar la huelga se ataque groseramente a los empresarios, al PP y a una supuesta conspiración financiera mundial. El ejercicio de funambulismo al que se ha entregado Cándido Méndez para bailar en el alambre de la indignación obrera sin rozar un solo pelo del Gobierno socialista resulta tan circense que hasta su colega Fernández Toxo le ha rogado un poco de coherencia. No será actuando así, con gestos y discursos que rayan la esquizofrenia política, como lograrán movilizar a los trabajadores y convencerles de la necesidad de la huelga general. Por el contrario, de los dirigentes sindicales cabe esperar más responsabilidad y calidad democrática para no entorpecer el camino de la recuperación. Entre otras razones porque tampoco ellos son ajenos a los efectos más dañinos de la crisis en la medida en que anestesiaron al Gobierno socialista mientras la depresión aporreaba la puerta. Unos líderes obreros con visión de futuro, competentes y atentos a la evolución social no se limitan a administrar los logros alcanzados, sino a prever los riesgos de futuro y a actuar con inteligencia. Pero es de temer que el sindicalismo español siga anclado en filosofías del siglo XIX cuyo único horizonte es la reividicación permanente adobada con la mística de clase. De este modo, lejos de evolucionar al ritmo que otros sindicatos europeos, UGT y CC OO se han quedado anquilosadas en un discurso ideológico, partidista y simplón. Mientras en los países avanzados los sindicatos forman parte de la solución a los problemas económicos y empresariales, en España todavía son sólo el problema.
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