Túnez

El difícil juego del general Asarta

La Razón
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Teóricamente sobre el tablero libanés sólo juegan Israel y Líbano y el Jefe de la Fuerza de Naciones Unidas –UNIFIL– debe velar para que no hagan trampas. Pero hay muchos más participantes en el juego. Vistos los acontecimientos de estas semanas en Túnez, Egipto y Libia, la estabilidad en la zona es vital. Todo, todo, debe tenerlo en la cabeza el general español Alberto Asarta.
UNIFIL, Fuerza Interina de Naciones Unidas fue creada en 1978, reestructurada y reforzada en 2006 tras el demoledor ataque israelí a las infraestructuras libanesas realizado este año.
No es el primer general español que manda una Fuerza –distinta a una Misión, normalmente mandada por un civil– de Naciones Unidas. El general Agustín Quesada y luego el general Suanzes ya lo hicieron en Centroamérica –ONUCA– entre 1989 y 1990. Pero la envergadura del contingente es bien diferente. En Nicaragua se contaba con dos centenares de observadores y un batallón de paracaidistas venezolanos y en el Líbano la fuerza es de 12.000 efectivos de 35 países, más mil civiles de otros ochenta que constituyen la estructura civil y de cooperación especialmente dedicada a la reconstrucción de infraestructuras.
«Para esto me he preparado toda la vida» dirá Asarta cuando se valoren sus capacidades. Contestarían lo mismo muchos otros mandos. A diferencia de ciertos personajes públicos, que no saben digerir el poder que les llega en meses incluso en días, en la hoja de servicios del general hay largos trechos de experiencias que contribuyen a consolidar su liderazgo. Ya vivió en El Salvador y en Bosnia lo que eran guerras fraticidas. Ya fue seleccionado como segundo jefe de la Brigada Plus Ultra II en Iraq. Por casualidades de la vida, en Nayaf se reencontró en momentos difíciles con unos bravos soldados salvadoreños. Hoy los tiene otra vez bajo sus órdenes a orillas del rio Litani.
Aragonés, recio, bien plantado, directo, algo mal hablado, paracaidista de formación, cree en los valores de la disciplina, el valor, el compañerismo, el espíritu de sacrificio. Prioriza sus deberes sobre sus derechos. De sí mismo dice: «Cumplo órdenes y las hago cumplir». De él yo diría que hace suya la máxima «instrucción dura, guerra blanda; instrucción blanda, guerra dura».
La Resolución 1701 del Consejo de Seguridad que reestructuró UNIFIL en 2006 recogía las experiencias y errores de otras anteriores. En esencia, buscaba dos objetivos: el consentimiento de las partes y su legitimidad. Todo lo demás lo dejaba a una deliberada ambigüedad, lo que hace mas difícil el papel del Jefe de la Fuerza, obligado a mantener un difícil equilibrio, a no ser un actor pasivo, pero tampoco a utilizar iniciativas agresivas. Porque en los términos de la resolución «se le autoriza», no se le impone como mandato. Porque no se citan expresamente las medidas del capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas –«Acciones en caso de amenazas a la paz»– aunque reconozca que la situación puede poner en peligro la paz y estabilidad en la región. Porque utiliza el término «cese de hostilidades» y no el definitivo «alto el fuego» dado que varios países árabes siguen formalmente en guerra con Israel y no quisieron reconocer este término.
Pero repito: texto de difícil aplicación para el jefe de la Fuerza, pero cuidadosamente redactado y con «ambigüedades pretendidas». Sin dejar de lado la firme voluntad política de España, Francia e Italia, ¿cuál ha sido, entonces, el mérito de la misión?: avanzar en el tiempo, creando –día a día, con costes y sacrificios– un clima de estabilidad.
Maneja Asarta un instrumento vital en estos procesos y que ya conoció en Centroamérica y en Bosnia: las «reuniones técnicas» de carácter periódico que sientan una vez al mes como mínimo a las partes en el Cuartel General de Naqoura. Allí se discuten demarcaciones de la Linea Azul, la que enmarca con el rio Litani una zona desmilitarizada; se habla de campos de minas, de violaciones, de errores. Pero se van conociendo las partes; se «engrasan» las relaciones personales. Aquí juega la habilidad del general.
Recuerdo el primer encuentro entre generales salvadoreños y comandantes del FMLN en 1992. Como «zona neutral» Naciones Unidas alquiló una casa –siempre sospeché que dedicada a otro tipo de encuentros por la proliferación de dormitorios– en la que pronto los «enemigos» encontraron espacios de convivencia comunes: colegios, pueblos, parentescos. A partir de allí, todo fue más fácil.
Pero la experiencia dice que todo puede desequilibrarse. Nos lo recuerda un magnífico informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (17/2011) firmado por el teniente coronel Enrique Silvela cuando dice: «A pesar de que el pueblo libanés está cansado de la guerra, su propia dinámica interna y su imbricación en el entorno regional, mantiene siempre presente el riesgo de vuelta a las armas».
El derribo de dos cedros en la frontera, un cohete sobre una granja, un atentado provocador contra las fuerzas internacionales. Todo cabe.
Y todo lo tiene día a día sobre el tablero, el general Asarta.
Oficio tiene. Voluntad, más.
Por supuesto, le deseamos suerte, orgullosos los españoles de tenerlo allá.