San Francisco
San Francisco toca el cielo
Desde las gradas del Madrid Arena, en plena Casa de Campo, es difícil apartar la vista de la mole que domina el centro del recinto, por más que a su alrededor no paren de moverse los operarios que estos días trabajan contra reloj en su montaje.
La estructura de metal y cristal tiene forma de domo catedralicio o, si uno deja volar la imaginación, de cápsula espacial, como aquella pionera incursión en la ciencia-ficción de Meliès en su «Viaje a la Luna». Parece que en cualquier momento fuera a aparecer desde su interior, flotando entre miles de luces de colores, Bowman, el protagonista de «2001: Una odisea en el espacio», en el blanco traje de astronauta con que imaginó Kubrick al elegido para el salto evolutivo que narró Arthur C. Clarke. Y, en cierto modo, la historia del protagonista de la ópera «Saint François d'Assise» es también una transformación un tránsito a otro estado, aunque el del santo fuera más espiritual.
No entraba en el Real
Empeño personal de Gerard Mortier, la ópera de Olivier Messiaen no cabía. Como suena. En el escenario del Teatro Real no había forma de meter la cúpula de esta producción que pesa 22 toneladas y mide 13 metros de diámetro por 14 de altura. Se pensó en estrenar la función en la Caja Mágica y, con todo acordado, alguien cayó en la cuenta de que la enorme pieza impediría el funcionamiento del aire acondicionado. Un escollo importante, dado que las cinco funciones tendrán lugar en pleno julio.
El Ayuntamiento de Madrid ofreció la solución, un recinto más habituado a las guitarras rockeras que a las violas o el gamelan. Y allí, los directores del Real, general, artístico y técnico, esto es Miguel Muñiz, Gerard Mortier y Massimo Teoldi, explicaron a la Prensa ayer las bambalinas de esta arriesgada apuesta. Como las 80 personas necesarias para su montaje, o el entramado electrónico que controla el reverberado: «Es un sistema totalmente electrónico: no vamos a amplificar las voces», subraya Muñiz, y aclara que consistente en 60 micrófonos que recogen el sonido y lo devuelven sin alterar la voz ni el timbre. «Este sistema se utiliza en Salzburgo, es una firma llamada Müller muy conocida y especializada», añade Mortier. El belga está satisfecho con la calidad del sonido resultante, asegura.
Obra del matrimonio de artistas Emilia e Ilya Kabakov, que la han cedido gratuitamente al Real, la cúpula se ilumina en diferentes tonos de neón ante los 4.175 espectadores de cada una de las cinco funciones (6, 8, 10, 11 y 13 de julio). «La idea es una espiral de luz por la que el público es aspirado a un túnel de eternidad», cuenta Mortier de esta epifanía en la que Messiaen narra el tránsito a la santidad del monje. «El único momento en que aparece el blanco es al final. Antes hay muchos colores, pero no como en un musical. La cúpula se torna roja cuando aparecen los estigmas, o azul, pero nunca amarilla», explica Mortier. «El favorito de Messiaen era el morado, que acompaña la primera aparición del ángel».
Sin embargo, hay aspectos más difíciles de solucionar que los técnicos: «El reto es llevar a los 20.000 espectadores del Real a un espacio que no conocíamos», reconoce Muñiz. Y, aunque no lo diga, a la Casa de Campo, y a las seis de la tarde en julio. La cita es temprana porque el montaje dura seis horas: 4 horas y 15 minutos de función y dos intermedios. ¿Acudirá el público? «¿Y qué decir de los oyentes habituales de nuestras salas de conciertos? ¡Su odio al cambio resulta realmente inaudito! Muchos de ellos siguen sin admitir nombres que ya están consagrados». No sean malpensados, la cita no pertenece a Mortier, sino al propio Messiaen.
Para luchar contra la inercia, el coliseo ha desplegado una amplia campaña de promoción en Madrid, habrá un servicio de microbuses de ida y vuelta al metro de Lago –a partir de las 17:00 h., y a la salida, a las 24:00 h.– y en los entreactos el público podrá tomar algo o cenar en el Arena. «Me gustaría que la gente viniese aquí como va a Glastonbury o a Bayreuth. Vamos a abrir las puertas a las 16:30 h., habrá una exposición sobre Messiaen, proyecciones, y se podrá acceder a los jardines», deseaba ayer Mortier, para quien las fechas no son un problema: «En Bayreuth hace tanto calor como en Madrid. Los últimos años, 40 grados, y no fue un problema en la Spielhaus». Y, esta vez sí, Mortier lanza su perla: «Sé que para algunos es difícil, pero a veces es interesante descubrir nuevas cosas en la vida».
Preguntado sobre el posible éxito de la experiencia y si repetiría con este título, Mortier es fiel a sí mismo: «No me gusta hacer "Aida"con elefantes. Éste es un espacio extraordinario, pero conozco otras óperas que podríamos hacer aquí, por ejemplo, de Stockhausen». Claro que tendrán que convencer a los más de seis mil espectadores puntuales, y a los 14.000 abonados. Con el plazo de renovación cerrado –y bajas, como se preveían–, en el Real se apuntan al optimismo, ya que hasta el 15 de julio se pueden adquirir nuevos abonos.
El detalle, con el director a la espalda
Entre las particularidades de esta producción está la disposición del escenario, con la cúpula y una pasarela al estilo del teatro kabuki, que obliga al director musical, Sylvain Cambreling, a situarse de espaldas a los solistas. Pero, matiza Mortier, no será un problema, ya que el francés ha llevado la batuta de este título en muchas ocasiones. Y no es fácil: aunque hay sólo nueve solistas –ocho hombres y una soprano, que encarna al ángel–, Messiaen dotó al coro, 150 voces, de gran presencia (esta vez serán 120, las del coro titular del Real). Además, la enorme Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden aporta otras 111 personas. En total, serán casi 270 artistas en escena.
Messiaen, el ornitólogo devoto
«Siempre he admirado a San Francisco: primero porque es el santo que más se parece a Cristo, y también por una razón puramente personal: él le hablaba a los pájaros, y yo soy ornitólogo». Olivier Messiaen (1908-1992) encontró en esta ópera el vehículo perfecto para unir su devoción con su gran afición. Habrá, de hecho, en el montaje, dos enormes jaulas en las que habitan aves reales, cuyo canto, tan unido a la partitura, se escucha en estas «Scènes franciscaines», como subtituló esta «ópera en tres actos y ocho escenas» estrenada en 1983, fruto de un encargo de Rolf Liebermann de 1971 para la Ópera de París. Sabio musical –fue maestro de Stockhausen y Boulez–, sus pilares fueron la ornitología y su fe: «En mi vida de compositor existen cuatro dramas, cuatro dramas permanentes, verificados constantemente y formidablemente amplificados con "Saint François". El primero es que, como músico creyente, hablo de fe a los ateos. ¿Cómo van a comprender?».
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