Japón
La segunda corona de «don perfecto»
Stoner se apuntó el Mundial de MotoGP en casa el día de su 26 cumpleaños. En 2007 lo ganó con Ducati
Casey Stoner ya tiene su nombre escrito dos veces en la lista de campeones de MotoGP. En 2007 sorprendió encima de una Ducati y este año ha hecho que la lógica se cumpla. El mejor piloto y la mejor moto han dominado el Mundial con toda la autoridad que se pueda imaginar y a falta de dos carreras se ha puesto su segunda corona. Su monólogo en Phillip Island resume perfectamente una temporada en la que sólo una vez se ha quedado fuera del podio. Su plan ha sido machacar el cronómetro y a sus rivales desde el primer al último entrenamiento y trasladar ese dominio, por momentos cercano a lo insultante, a nueve de los dieciséis grandes premios.
Ayer, con Lorenzo en el hospital con un dedo destrozado, a Casey le bastaba con terminar entre los seis primeros para sellar el título, pero no sabe lo que es especular encima de una moto. Para él, un circuito es un lugar en el que hay que ir al límite, estar siempre delante y no dar ni una sola opción al resto. Cuando el semáforo se pone en verde, exprime su máquina con rabia, sin mirar atrás, ni pensar en los riesgos. Así es como concibe su trabajo. Ante los suyos no quería ser campeón con una actuación discreta, así que se lanzó hacia la meta desde la primera curva, para aumentar su ventaja en un segundo cada vuelta, porque no entiende otra forma de ir en moto. Cuando llega a los circuitos se convierte en «don perfecto», un cascarrabias capaz de llegar al «box» enfadadísimo, aunque acabe de hacer una vuelta de récord. Su moto nunca está lo suficientemente afinada, y siempre cree que hay algo que mejorar. No importa que esté dominando todo el fin de semana y los demás ni sueñen con acercarse a sus tiempos. En la pista no hay concesiones y las pocas sonrisas que se le escapan mientras está trabajando son para responder a los gestos de ánimo de su mujer, Adriana, siempre a su lado. Es la que le sujeta el paraguas en la parrilla antes de la salida y se sienta a escucharlo entre los periodistas durante sus conferencias de prensa. Únicamente le dejó solo en Japón, porque está embarazada (en febrero será madre) y no se fiaba de la radiación de Fukushima.
Sus padres, que se fueron con él a Inglaterra cuando sus avances en el mundo del motor iban poniéndose serios, también vieron ayer la carrera desde el taller de Honda, en un alarde sólo posible por la importancia del momento. El resto del año, el único rastro de su vida privada en el circuito es Adriana. No le gusta el foco mediático, ni todo lo que conlleva ser un piloto de élite que no tenga que ver con la gasolina. Dicen que una de las razones por las que dejó Ducati fue Marlboro y las muchas obligaciones publicitarias a que le sometían. Lo único que le interesa de ese mundo es la velocidad y el resto del tiempo prefiere ser ese chico de pueblo, tradicional, que ayer cumplía 26 años.
Su pilotaje no se parece al de ninguno de sus compañeros, y tampoco sus «hobbies». Sobre la moto abusa de los derrapajes y odia el control de tracción, porque quiere sentir el motor y dominarlo combinando acelerador y freno. «Puedes ver su telemetría, pero no copiarla. Es imposible llevar la moto como él», decía Barberá cuando le preguntaban por el rendimiento que Stoner fue capaz de sacar a la Ducati. Nadie la ha domado como él (que se lo digan a Rossi) y puede que llevar al máximo la Honda le haya resultado hasta fácil.
Sus aficiones, cazar con arco, pescar en un riachuelo perdido de Australia tras varios días de travesía a caballo y cenar las truchas capturadas, también le convierten en alguien especial en el «paddock». Un «canguro» inalcanzable que amenaza con varios años de dominio.
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