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«Perdidos»

La Razón
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Cuando los tomates sabían a tomate y las series de televisión eran como Dios manda y no había finales abiertos (ni interactividad con el canal que las programaba, ni posibilidad de que a las seis de la mañana se levantara el personal a otra cosa que no fuera a desbeber al baño o a pegarse un atracón de Tang), no existía el purgatorio, sino el Valle de Tuscany, y la gente no estaba muerta pero resucitaba de sopetón. A mí me parece una ordinariez que los protagonistas del tostón de «Perdidos» estén muertos, la verdad, porque es como estar asistiendo a una copia del «Sexto sentido» o a la versión eterna de «Los otros». En mis tiempos, los Chaning y los Giobertti se hacían los finados en un accidente con mucho humo y con mucha llama y reaparecían al capítulo siguiente para joderle la herencia a un pariente, pero esta moda de que los personajes tengan que estar criando malvas para que todo sea posible en el guión me parece un timo y una engañifa. Yo empecé a ver esto de «Lost» y el inicio me hizo tilín. Me hizo tilín el inicio y también me hizo tolón el tal Sawyer, que está mollar y prieto y con aspecto de ir repartiendo vida allá por donde se lo pidan, y resulta que semejante bicharraco está muerto. Me molaba aquella cosa claustrofóbica y agobiante que provoca convivir con personas a las que no conoces de nada y con las que adivinas que vas a pasar mucho más tiempo del que aguanta tu salud mental, pero enseguida empezaron con las tontunas de lo paranormal, de las conspiraciones y de las regresiones, y una tarde me quedé frita en un sillón, me desperté, cambié a «Rex, un policía diferente» y hasta la fecha. Nada ni nadie podrá superar aquel «Lo sé y lo siento» de Chase Giobertti a su esposa Maggie, mientras la cogía de las manos con una chimenea crepitando al fondo, hiciera frío o caloraco de meseta. Maggie, que, por cierto se la pegaba luego a este blando con Richard Channing, bebedor de leche de vaca y canalla malote, es decir, la cuadratura del círculo con ojos azules. En su día, a los telespectadores de «Falcon Crest» se nos contó que la serie pretendía representar la nueva moral del éxito personal con el que el entonces presidente Reagan había acompañado sus medidas socioeconómicas neoliberalistas, conocidas más tarde con el nombre de Reaganomics. De pronto me he puesto a pensar en lo que puede querer decir «Perdidos» con la que está cayendo y también hay interpretación: efectivamente, más que Carracuca.