Francia
El secreto de una sonrisa enigmática
¿Qué oculta la sonrisa de la «Mona Lisa? ¿Quién es? ¿Quién se esconde detrás? «Muchos son los sueños que han llamado a tu puerta», escribió Nat King Cole en una composición titulada «Mona Lisa». La leyenda se ha perpetuado desde que Leonardo da Vinci (en la imagen) la pintó a principios del siglo XVI
Su fama parece imperecedera y se perpetúa hasta hoy, cuando el gesto impenetrable de su rostro aparecía en la portada de «El Código Da Vinci», de Dan Brown, que conquistó lo más alto de las listas de venta. Su composición está fechada en el intervalo que va de 1503 a 1507, aunque el artista siempre la llevaría consigo, entre sus pertenencias, sin separarse jamás de ella. El maestro no pensaba la pintura. La reflexionaba. Y, de vez en cuando, volvía a su trabajo y añadía unas pinceladas, unos trazos, un detalle, dilatando así el remate final de su creación en el tiempo. La modelo era Lisa di Antonmaria Gherardini. Había nacido en 1479 y a los quince años contrajo matrimonio con Franceso Bartolomeo del Giocondo. Las piezas van así encajando. Da Vinci retrata a esta mujer justo en el mismo periodo en que sus cuadernos revelan su estudios anatómicos sobre las bocas y los labios. Pero los estudios más recientes han revelado una realidad sorprendente. Si la cara pertenece a ella, la sonrisa podría pertenecer a Salai. ¿Quién era Salai? Uno de los aprendices y discípulos que siempre acompañó a Leonardo a lo largo de toda su vida. Lo acogió cuando era muy pequeño y estuvo a su lado cuando Da Vinci murió en Francia. El artista lo homenajeó al escogerle para un cuadro de San Juan Bautista. Si se compara las sonrisas de la «Mona Lisa» con la de San Juan, las similitudes y concomitancias entre ambas son evidentes. ¿Un tributo de Leonardo a su amante? Un análisis reciente ha revelando que en la pupila izquierda existen dos iniciales, LS, que corresponden con el nombre de la mujer que posó para él. Un hecho que explica, quizá, el asombro y la incomprensión que causa en los espectadores que observan este retrato. Una extrañeza que puede proceder de la mezcla de un hombre y de una mujer en un mismo rostro. Y, también, quizá, por ese barniz que le ha dado el tiempo, la meditación. A lo largo de los años, Leonardo modificó, retocó y completó este trabajo que se le había encargado. Según avanzaba en sus inquietudes científicas y se alejaba del arte, iría concluyendo una obra que, desde sus inicios, siempre ha mirado hacia el futuro, hacia la eternidad.
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