Trípoli

Bengasi: islamistas pero no tanto por Alfredo Semprún

Un grupo de niños paquistaníes fotografiados ayer en Lahore durante una de las manifestaciones de protesta por el vídeo que ridiculiza a Mahoma y el islam
Un grupo de niños paquistaníes fotografiados ayer en Lahore durante una de las manifestaciones de protesta por el vídeo que ridiculiza a Mahoma y el islamlarazon

Hágase esta pregunta: ¿se uniría a una manifestación espontánea y pacífica contra unos tipos armados hasta los dientes? Pues los libios, tampoco. Desde Bengasi, la ciudad que encabezó la rebelión contra Gadafi, se nos dice que la población, en un arranque de dignidad, puso sitio al cuartel general de la milicia salafista en protesta por el asalto al consulado de Estados Unidos y la muerte del embajador Stevens. Que al grito de «no más milicias armadas» consiguieron que los yihadistas huyeran, abandonando armas y municiones, y que la multitud, acto seguido, saqueó e incendió los locales... Pero, a continuación, comienzan a llegar noticias de otro asalto, esta vez repelido a tiro limpio, contra otro cuartel miliciano. El problema, para el orden del relato, es que ese cuartel estaba ocupado por un grupo islamista que depende directamente del Ministerio de Defensa. El balance, por el momento, –de 11 muertos y 70 heridos–, todos de bala y metralla, habla de la intensidad del combate. Y para acabar de complicar el análisis, unas horas después de los incidentes, en la amanecida del sábado, un pastor encuentra en las afueras de la ciudad los cadáveres de seis miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Para el forense hay poco espacio a la duda: «Cuatro fueron asesinados de un tiro en la nuca; los otros dos presentaban además un disparo en el pecho. Fueron rematados». El coronel que mandaba a esos hombres ha sido dado por desaparecido.

Todo parece indicar que la facción «nacionalista» libia, los de casa, está dirimiendo sus diferencias con la facción «internacionalista», ligada a los movimientos salafistas y a Al Qaeda. Ambos son buenos musulmanes, pero unos más que los otros, y sus objetivos estratégicos difieren en cuanto al alcance del movimiento revolucionario: la consolidación del nuevo Estado libio frente a la creación de un gran califato, donde las viejas fronteras coloniales carecen de la menor importancia. El enfrentamiento venía larvándose desde el final de la guerra, pero ha sido el asalto del pasado 11 de septiembre al consulado estadounidense el factor desencadenante. Tampoco hay que extrañarse si la pugna se circunscribe, de momento, a la región de Cirenaica y su capital, Bengasi. El resto del territorio, con Trípoli trufada de gadafistas agazapados, está bajo la mano férrea de las milicias o se autogobierna con los tradicionales esquemas tribales. Ayer, sin ir más lejos, al sur del país volvió a izarse la bandera verde de Gadafi en la ciudad de Braq Chatt, tras un combate entre la tribu local y las Fuerzas de Seguridad. Hubo siete muertos y 20 heridos. Tropas procedentes de Bengasi intentaban restablecer la calma.

De la reconstrucción del asalto al consulado norteamericano se desprende lo poco «espontáneo» que fue todo aquello. Primero, por la intervención de un «comando» que abrió brecha en los muros del edificio con empleo de explosivos. En al asalto que siguió murieron el embajador, asfixiado, y un diplomático, Sean Smith, de un balazo. Las Fuerzas de Seguridad libias consiguieron evacuar al resto –37 norteamericanos y algunos empleados locales– y los trasladaron a un lugar «secreto», previamente convenido: una villa en el Club Ecuestre de Bengasi, a dos kilómetros escasos del consulado. Pero, mientras esperaban la llegada de refuerzos, incluidos ocho marines norteamericanos procedentes de Trípoli, cayó sobre la villa un fuego de mortero bastante preciso. Murieron dos soldados norteamericanos y varios otros resultaron heridos. También hubo bajas entre los libios que los protegían. Para uno de los oficiales que dirigía el operativo de rescate no hay la menor duda: «Los que manejaban los morteros sabían con exactitud las coordenadas del blanco. Alguien desde dentro del Gobierno tuvo que facilitarles la información».

Ya ocurrió en Irak. Los suníes aceptaron como aliados para luchar contra los yanquis a los milicianos salafistas y a los chicos de Al Qaeda. Todavía no han conseguido echarlos.

 

Pakistán: Les están robando la infancia, pero aún no lo saben
Un grupo de niños paquistaníes fotografiados ayer en Lahore durante una de las manifestaciones de protesta por el vídeo que ridiculiza a Mahoma y el islam. A corta distancia, los islamistas incendiaban un parque de atracciones. Al parecer, creen que es mejor que sus hijos exhiban espadas y llamen a la sangrienta venganza a que monten en los «coches de choque» o en el «tren de la bruja». Pero qué se puede esperar de un país en el que todo un ministro, Ghulam Ahmed Bilour, aunque sea de Ferrocarriles, ofrece 77.000 euros de su bolsillo a quien asesine al autor del cinematográfico engendro y nadie exija de inmediato su dimisión. Y eso que el ministro pertenece a un partido laicista.