Iglesia Católica
Antonio Cañizares: «La Iglesia no pide nada para sí porque es servidora del hombre»
La relación entre la Iglesia y el Estado, los acuerdos con la Santa Sede, los «privilegios» de la institución religiosa... Un debate que siempre vuelve, una discusión que en cada legislatura se repite y se vuelve a abrir, que en la anterior etapa de Gobierno socialista estuvo especialmente presente en los círculos políticos y que ayer vivió un nuevo capítulo, sereno pero con una profundidad a la que no siempre la discusión social está acostumbrada.
El cardenal Cañizares planteó su postura desde un paso más allá de lo habitual, sin siquiera referirse al Concordato, porque tal y como afirmó, las relaciones siempre se han planteado en un plano de Iglesia con el Estado, cuando en realidad, la verdadera relación se desarrolla entre la institución religiosa y la sociedad.
Ese binomio existe, reflexionó Antonio Cañizares, por la presencia de la Iglesia en defensa del hombre, «de una humanidad y una convivencia nueva», por la defensa de la persona, de la vida, de la familia. Pero aún más allá, recalcó el cardenal, porque «la Iglesia no las defiende como un credo suyo sino como patrimonio de la humanidad», un patrimonio que surge en su ser más profundo de la necesidad de trascendencia, de la pregunta de qué es el hombre y de la impronta imprescindible de la defensa de la dignidad humana.
Por eso, por la universalidad de la lucha por esos valores y para alejar lugares comunes que tanto se repiten, el antiguo arzobispo primado de Toledo recordó que «la Iglesia no pide nada para sí, porque la Iglesia es servidora del hombre», al que aporta su fe, las respuestas a esa pregunta fundamental sobre el ser del hombre.
En esta línea, Cañizares planteó la cuestión de los «privilegios» de la Iglesia Católica en España, porque «a veces parece que la Iglesia recibiese una serie de beneficios, pero no es así». Pero no sólo eso, sino que la institución, como proveedora de esa respuesta «que es Jesucristo», aporta a la sociedad algo mucho más importante: valores. Ese patrimonio es necesario, recordó, para cualquier sociedad aunque sea laica, porque todas están necesitadas de «valores no manipulables,válidos para todos» y sobre los cuales no puede colocarse a nadie en aras de un humanismo justo y libre. No obvió Cañizares la pretensión de arrinconamiento de la fe que en etapas anteriores ha vivido España y así se preguntaba si la trascendencia de la misión de la Iglesia, de la transmisión de la verdad, de los valores que representa se debe dejar dentro de la propia institución, si se la debe limitar al ámbito privado. La respuesta es negativa, claro, porque sin esa impronta social, sin el ámbito público, «la fe no vale nada».
La Iglesia, recordó, tiene un representación total en la vida pública, porque el arrinconamiento de los valores que representa es una de las causas que han llevado a la crisis a la que se referiría en otro aspecto del debate, no sólo económica sino moral. Así, el cardenal concluía que «la crisis viene porque se pretende que la afirmación de Dios no debe tocar para nada la sociedad, y es al contrario». La crisis, sentenció, «viene precisamente porque se ha perdido ese grupo de valores, sin los cuales no podemos conducir esta sociedad».
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