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Reordenación regional por José Antonio Vera

La Razón
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Lo dejó claro el colectivo «Javier de Burgos» en un libro de los 80 sobre las autonomías: la nueva configuración regional española es perversa porque carece de los elementos de cohesión de los modelos federales y consagrará a la larga un sistema confederal. Tenía tanta razón que es lo que al final se ha producido. Las autonomías son mini-estados independientes no sujetos al control central en aquellos ámbitos de competencias que les son propios. Pueden endeudarse, gastar, crear empresas, embajadas en el exterior y casi todo lo que quieran sin que nadie les diga nada ni se les bloqueen sus actuaciones. El resultado a la vista no ha podido ser peor, y ahora pagamos las consecuencias. Los gobiernos autónomos han gastado sin parar y sin mirar, y hoy están muchos de ellos en situaciones de semi-quiebra, soportando plantillas de funcionarios hinchadas, exceso de empresas y fundaciones públicas, derroche en coches, despachos oficiales y una deuda exagerada por la construcción de palacetes, edificios, complejos y lujos.
Tiene razón el ministro De Guindos cuando subraya que todo esto hay que racionalizarlo, sobre todo si, como parece, muchas autonomías van a tener problemas de liquidez y solicitarán ayuda al Estado. Es evidente que España no puede dejar que se arruine ninguna de sus regiones. Pero también lo es que las ayudas no deben ser a fondo perdido ni a cambio de nada. Tal y como ocurre con los Estados dentro de la UE, las ayudas o «rescates» en situaciones límites tienen un coste y un precio. El dinero se presta a un interés preferente pero a cambio de que las cuentas del organismo perceptor sean supervisadas. O sea, que la autonomía que pida ayuda habrá de someterse a un estricto control de su presupuesto y de su gasto. Parece razonable. Lo contrario no tendría ningún sentido.