Bruselas

Una no revolución por Tomi Huhtanen

La Razón
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Mucho se ha hablado en los últimos días sobre el viento de cambio que trae François Hollande a la política económica de la UE. A tenor de lo dicho en campaña, y celebrado por sus correligionarios socialistas tras su victoria en las elecciones presidenciales francesas, Hollande sería la avanzadilla de una revolución en el pensamiento económico europeo que daría al traste con la austeridad ciegamente impuesta por Alemania y que está ahogando a las economías del continente.

La realidad, como siempre, es algo más compleja que las consignas. Lo primero es recordar que las medidas de control del gasto no están en el origen de una crisis generada precisamente por un endeudamiento público y privado excesivos. Como ha recalcado el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, el rigor presupuestario ayudará a lograr la estabilidad económica que asentará las bases del crecimiento a medio y largo plazo, aunque bien es cierto que debe aplicarse con sentido común y ciertas dosis de flexibilidad. El cacareado baile entre el control del gasto y el crecimiento es un falso dilema, y hace ya varios meses que las políticas europeas lo reflejan.

Desde enero se viene hablando explícitamente de crecimiento en las reuniones del Consejo Europeo, y su presidente, Herman Van Rompuy, ha convocado en Bruselas una cumbre dedicada en exclusiva a esta cuestión el próximo 23 de mayo. El crecimiento, al igual que la paz mundial, es promovido y buscado por cualquier Gobierno sensato. El verdadero reto es poner sobre la mesa un plan concreto para conseguirlo. La receta propugnada por Hollande es bien conocida: a saber, contratar a 60.000 funcionarios y subir la edad de jubilación en un país en el que el gasto público ya representa el 56% del PIB. Difícil será cumplir con ese programa en estos tiempos sin aumentar el endeudamiento y una presión fiscal que ya está entre las mayores de Europa. No existen espadas alejandrinas, soluciones inmediatas, que corten el nudo gordiano del crecimiento en un solo movimiento. Deshacerlo, guste o no, pasa por asumir valientes reformas estructurales que agilicen las economías europeas y le den un impulso sostenido al mercado interior. La solución no es gastar más, sino empezar, cuanto antes, a gastar mejor.

Extinguida la lírica de la campaña electoral, el nuevo presidente francés seguramente comprobará que se enfrenta a algo mucho más difícil que liderar una revolución: le ha llegado el momento de gobernar.

Tomi Huhtanen
Director del Centro de Estudios Europeos (CES) de Bruselas