España

La sopa boba

La Razón
La RazónLa Razón

A menos de once meses de las elecciones autonómicas y municipales, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, puede sentarse a la puerta de su casa a ver pasar el cadáver político de su enemigo. Tomás Gómez, secretario general de los socialistas madrileños, se está poniendo tan pesadito para que le nombren ya candidato que, para su desgracia, lo va a conseguir. Es un secreto a voces que José Blanco no puede verle ni en pintura, y si por él fuera, el aspirante se volvería a su pueblo, a Parla, de donde salió como la gran apuesta, el alcalde más votado y joven promesa para mayores empeños, y volverá con dos palmos de narices. La ansiedad de Gómez por ser nominado le ha llevado a cometer errores de principiante y a dar una imagen de inseguridad que en política, como en casi todo en la vida, conduce directamente al fracaso pasando previamente por el ridículo. Y ha hecho el ridículo no condenando con toda su fuerza la salvajada de los sindicatos en el Metro de la capital con una huelga-borroka inspirada desde las filas socialistas que se ven incapaces de desplazar en las urnas al PP. Por eso será casi seguro Gómez el candidato. Mandar un abrasado a la hoguera no tiene ningún coste y no vale la pena forzar a ningún peso pesado cuando el cabreo contra el Gobierno de ZP va a pasar su primera gran factura en mayo del próximo año, y especialmente en Madrid donde hay razones suficientes para sentir el agravio que otros sienten a pesar de contar con el favor del poder central. Por si no estaba bastante clara la distancia entre populares y socialistas han venido los sindicatos y han montado una huelga política que la semana pasada dejó a más de dos millones de ciudadanos sin su transporte habitual. La violencia de la protesta y la manifiesta ilegalidad al no cumplir los servicios mínimos decretados, pone de manifiesto la frustración de una izquierda que se siente incapaz de desalojar al PP del poder en Madrid ganando en las urnas. A UGT y CCOO se les está viendo tanto el plumero que no es de extrañar que estén cayendo en el descrédito más absoluto. De la broma de convocar una huelga general con más de tres meses de antelación, a la rabieta que han pagado los madrileños, pasando por el fracaso en el intento de movilizar a los funcionarios, Méndez y Toxo, líderes de unas organizaciones subvencionadas como en la época de los sindicatos verticales, van a conseguir el dudoso honor de llevar a sus sindicatos al mínimo de afiliación. Nadie cree ya en ellos salvo ellos mismos por la cuenta que les trae. Liberados como la mayoría de los miembros del comité de empresa del Metro son el paradigma de la burla de quienes dicen representar. El energúmeno que presidía el comité de huelga, el tal Vicente al que tuvieron que echar sus propios compinches por el bochorno de su actitud y sus proclamas tabernarias, es el prototipo de un sindicalismo viejo y rancio, correa de transmisión del Gobierno y por lo tanto carente de la autoridad moral para hablar en nombre de los trabajadores y de los cuatro millones de parados que ven cómo sus presuntos representantes viven de la sopa boba. En Madrid le han hecho la campaña a Esperanza Aguirre. Es posible que el 29 de septiembre se la hagan al PP de toda España.