Museo Reina Sofía
París el pintor su musa y el tesoro oculto en la cápsula del tiempo
Lo primero que Olivier Choppin-Janvry percibió al abrir la puerta es que "olía a polvo viejo". Y tanto. Siete décadas de polvo viejo, para ser exactos. Debajo, un tesoro dormido en el París de la Segunda Guerra Mundial al resguardo de la avaricia de los nazis. Más abajo aún, una historia de pasión, una musa, un pintor, una actriz ligera de cascos, un cuadro, una carta de amor y una joven que huyó a la carrera. Tanto que se dejó olvidado el peluche de Mickey Mouse de su infancia.
El piso no está precisamente en un barrio escondido de París, sino cerca de la Iglesia de la Santa Trinidad, a medio camino entre los distritos de Pigalle y Opera. Pero nadie, que se sepa, había entrado hasta ahora. Su dueña, una veinteañera amante del arte con dinero y buen gusto a partes iguales, huyó antes de la llegada de los nazis. Se dejó los cuadros. Las joyas. Y a Mickey Mouse. Nunca volvió. Y nunca lo hará.
La misteriosa dama murió a los 91 años de edad lejos de casa. Y es aquí, con su entierro y su testamento, donde comienza esta historia, que coloca a un experto en arte enviado por los herederos, de nombre Olivier Choppin-Janvry, a la puerta del piso, echando una ojeada a las piezas apiladas sin orden ni concierto, oliendo a "polvo viejo"y descubriendo un tesoro del que nadie tenía sospecha.
Cuando metió la llave en la cerradura, Choppin-Janvry se topó con una improvisada colección de arte congelada en el tiempo. A la izquierda, dos recargados espejos. A la derecha, dos ánforas y otras tantas esculturas. Por todos lados, vasijas, sillas, mesas, libros y adornos de la época. Y entre todo este desorden, un cuadro del italiano Giovanni Boldini, retratista de la Escuela de París.
Consciente de que podía estar ante algo importante, Choppin-Janvry contactó con un especialista en arte, Marc Ottavi, quien le comunicó la buena nueva: no había hasta ahora una sola referencia de ese cuadro, que jamás había sido expuesto. El misterio se ponía aún más interesante.
Según explica el diario inglés The Telegraph, que ha accedido a la habitación, en la pintura aparecía una mujer, una actriz de la época famosa por hacer pases especiales fuera de programa en los dormitorios de algunos de sus admiradores, entre ellos el del jefe del Gobierno de la época, George Clemenceau. También, cómo no, entre las sábanas del pintor que la inmortalizó.
En la vivienda había una nota de amor escrita por Boldini. Aquello era, por tanto, algo más que un simple encargo profesional. Un piso de París, una musa, un pintor enamorado. Demasiadas coincidencias. Choppin-Janvry rebuscó en las hemerotecas y encontró un libro escrito por la viuda de Boldini, en la que daba la fecha del cuadro en cuestión (1898) y el nombre y edad de la protagonista (Marthe de Florian, 24 años).
¿Qué hacía arrinconada en ese piso una pintura que no estaba destinada a ser mostrada? Muy sencillo. La señorita Martha, la actriz, la musa, era la abuela de la misteriosa dueña del piso parisino abandonado. 112 años escondida, ni más ni menos.
Su nieta no hizo negocio con los amoríos de la abuela. Sí lo han hecho los descendientes. Una vez catalogada la pintura, se puso a la venta en una subasta por un precio inicial de 300.000 euros, una cifra irrisoria para lo que tuvo que pagar el adjudicatario final: 2,1 millones de euros. Jamás se había soltado tanto dinero por un Boldini. "El nuevo propietario estaba encantado con su adquisición. Pagó por el precio de su pasión", resumió Ottavi.
Quizás dejar abandonada en París a Marthe de Florian fue lo que más dolió a su nieta, aunque nadie sabe por qué jamás regresó a buscarla. Tampoco el resto de objetos, incluido el peluche de Mickey Mouse. Con razón dijo uno de los pocos que pudo entrar en aquel departamento que hacerlo fue como adentrarse en el castillo de la Bella Durmiente.
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