África

La Haya

Otros dictadores en el paredón

Mussolini colgado de una soga después de ser fusilado. Su cuerpo fue desmembrado y golpeado por el pueblo durante días.
Mussolini colgado de una soga después de ser fusilado. Su cuerpo fue desmembrado y golpeado por el pueblo durante días.larazon

MADRID-No todos los dictadores mueren plácidamente en su cama a una edad provecta. Recordemos las muertes de Ceaucescu y Mussolini, dos casos en los que el pueblo se cobra la venganza de una manera fría, sin esperar las palabras de la Justicia. Gadafi ha muerto en combate, con las botas puestas, fiel a su peculiar carácter revolucionario, rematado por libios a los que él había maltratado durante 42 años.
El historiador Franco Cardini explicaba en un artículo en «Corriere della Sera» que la cultura cristiana ha heredado de los mitos bíblicos la idea de que el mandatario injusto debe pagar con su propia muerte el daño que ha infligido. Los tiranos no siempre han abandonado el poder saliendo con los pies por delante. Pinochet, Pol Pot o Stalin fallecieron por los achaques de la edad, poniendo de relieve que la Historia no siempre es justa. Suharto decidió retirarse de forma tranquila y murió sin conocer la justicia ni la venganza del pueblo indonesio. Slobodan Milosevic, que rigió los destinos de Serbia, falleció en su celda de La Haya cuando esperaba juicio por sus crímenes de guerra. En el capítulo de muertes atroces cabe citar la del líder rumano Nicolae Ceausescu, en 1989. El mismo pueblo que lo veneró hasta unos días antes, fue el que lo fusiló junto a su esposa en medio de un estallido de alegría colectiva en las calles de Bucarest. Las balas del pueblo también acabaron con la vida de Benito Mussolini. Su cuerpo estuvo colgado públicamente del techo de una gasolinera milanesa durante varios días mientras era desmembrado y escupido. Al sátrapa haitiano Françoise Duvalier se le enterró con honores de Estado en 1971 y sus restos fueron exhumados quince años más tarde para ser sometido a escarnio público. A Sadam Husein lo capturaron en un agujero cerca de Tikrit, su pueblo natal. El dictador iraquí tuvo un juicio y una sentencia: muerte en la horca, retransmitada «urbi et orbi» por las televisiones de todo el mundo.
Cuando olía su final, Adolf Hitler se dio muerte junto a su esposa Eva Braun, el 30 de junio de 1945, en el búnker que había construido para defenderse del enemigo. Sus restos no aparecieron.


Culto a la personalidad
Una de las patas que sustenta los régimenes dictatoriales es la veneración de la personalidad autoritaria. Gadafi era un alumno aventajado en este campo. Se hacía llamar «jefe supremo» y «guía espiritual». Nicolae Ceaucescu, el sátrapa rumano, cultivó hasta extremos insospechados el culto a su persona. Pol Pot, uno de los mayores genocidas de la historia, recibía la denominación de «hermano número uno». Sadam Husein purgó el partido Baaz y condenó a 40 de sus miembros. En su ejecución, los sentenciados tuvieron que lanzar vivas a Sadam Husein.