Grecia

En ausencia de líneas rojas

 El presidente sufridor-en-casa es sobradamente consciente de cómo anda de revuelto el patio social 

La Razón
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Oficiada la primera huelga de amplio espectro –que aún no general– y pese a su limitado seguimiento, los sindicatos han soltado adrenalina y podrán acudir más receptivos a la enésima reunión convocada hoy por el Gobierno para la reforma laboral. El sentido de una huelga es obtener mejoras en las condiciones de un colectivo de trabajadores o forzar la rectificación del patrón –en este caso, el Estado– para que anule los recortes anunciados y se avenga a recular. La huelga general persigue torcer la mano del gobierno de turno, o empleando el lenguaje de Obama, protegerse el culo que el gobierno quiere patear. Ni la huelga de ayer en la función pública, ni la eventual huelga general con la que amagan las centrales sindicales pretende, a estas alturas, quitarle a Zapatero la tijera de podar. Ésta es otro tipo de huelga: la que busca, únicamente, evidenciar el malestar. Aunque el país entero se parara mañana, nada nuevo comprobaría el Gobierno que no tenga ya medido y encajado. El presidente sufridor-en-casa es sobradamente consciente de cómo anda de revuelto el patio social. Modificar la voluntad del gobernante, en el escenario actual, ya no es posible. Incluso para un Gobierno tan voluble como el nuestro, hay pasos que no tienen marcha atrás. Aprobado el plan de ajuste en el Congreso por la mínima, y con el oportunista voto en contra del Partido Popular, el pescado ya está vendido porque el tablero en que se juega esta partida supera con creces nuestro estrecho ámbito nacional. Zapatero se resistió a aceptarlo, pero ha acabado interiorizando que los estímulos fiscales (manguerazo de dinero público) que nos ayudaron a parar el golpe el año pasado eran estímulos de prestado que nos han atado, más de lo que ya estábamos, a la financiación exterior. Tiene más sentido lo que dice en privado («íbamos a reformar los mercados y los mercados nos han reformado a nosotros») que lo que proclama en público («¡ni cambios ni bandazos!»). Si el PP llegara al Gobierno mañana, aplicaría las mismas medidas que ahora predica el Ejecutivo. Hace ya algunos meses, un altísimo cargo del PP le confesó en un almuerzo privado a un director de periódico que, gobernara quien gobernara en el 2012, le iba a tocar aplicar al país una lavativa draconiana. Aún no había pasado lo de Grecia ni se había asomado nuestro riesgo país a un despeñadero. La duda que me queda es si aún existe en Zapatero alguna línea roja, si queda alguna frontera que jamás va a cruzar. Abaratado el despido antes de que termine junio, se reserva el presidente para el otoño, caso de que el enfermo no mejore y los mercados nos sigan apretando, el retraso de la jubilación, la modificación de la base de cálculo, la desaparición de las diputaciones, la imposición del copago sanitario y el recorte del subsidio del paro. Desmoronada su terapéutica ideológica y convertido al recetario tradicional de los mercados, ¿queda algo por lo que el presidente no esté dispuesto a pasar?