Elecciones europeas

Juegos florales

La Razón
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Los que hemos estudiado, primarias o no, sabemos que septiembre es el mes de la verdad. O pasas de curso o te quedas en el limbo por una asignatura de más, que resta más que suma. Tomás Gómez lo sabe. Es divertido subirse a una «noria», pasatiempo muy del estío cuando de lo que se trata es de cortejar a una chica hasta impresionarla. Lo duro es que en tierra firme te esté esperando Alfredo Pérez Rubalcaba para recogerla y decirla que no: que el adán que la subió a la «noria» está camino de convertirse en el eterno opositor, con oficio, pero sin beneficio, cuyo único mérito ha sido enfrentarse al tribunal de Rodríguez Zapatero pidiendo, ya no una revisión de examen, sino la posibilidad de hacerlo.
Lo único que le faltó a Rubalcaba fue decirle a Gómez que ha logrado una proeza tan aparatosa como baldía: caerle bien a los del PP, que nunca van a depositar una papeleta con su nombre en la urna porque, para hacer rabiar a Zapatero, ya tienen a Esperanza Aguirre que, encima, lo hace mejor.
 Con septiembre a la vuelta de la esquina lo mejor es quitarse las caretas: esto son unas primarias, no unos juegos florales, como con tanto candor nos han vendido Gómez y Trinidad Jiménez, y en el PSM se está viviendo una batalla electoral con lanzas, machetes y demás armas lacerantes de la que sólo saldrá un ganador dispuesto a perder ante Esperanza Aguirre, la que, por cierto, se lo debe estar pasando en grande, tanto que apenas comenta la jugada en la certeza de que su partido no es éste. Así que lo mejor que puede hacer Tomás Gómez es quitarse esa piel de carnero degollado que no convence a nadie y empezar a debatir con Jiménez en vez de ir de televisión en televisión y tiro porque me toca.
Vale, lo ha logrado: se ha hecho un nombre, ya no es Tomás «quién», pero seguimos sin saber para qué sirve, asignatura que Jiménez tiene más que aprobada.