Teatro

Estreno

«Razas»: Mamet no da en el blanco

Autor: D. Mamet. Dir.: J. C. Rubio. Intérpretes: T. Cantó, E. Buale, B. Rico, M. Plá. Espacio escénico: A. Garay. Matadero-Naves del Español. Madrid,

Cantó y Plá, en «Razas»
Cantó y Plá, en «Razas»larazon

¿Somos todos racistas? ¿Lo somos de las formas más insospechadas hasta por nosotros mismos? «Razas», penúltima provocación de David Mamet, es el alarde de un trilero de la palabra sobre el conflicto social más enquistado en la piel de EE UU, el de su color. Y, de pasada, le pega un repaso al sistema judicial. Mamet, un hábil «hooligan» del guión (a ratos este drama parece una serie televisiva de abogados), se acerca al ritmo de «Glengarry Glenn Ross» sin alcanzar su genialidad. Como el éxito, «Razas», estrenada hace un año en Broadway, lanza navajazos de humor en un mensaje dramático: sí, América es racista. Y no sólo lo son los blancos con los negros: también los negros con los negros, los negros con los blancos, las negras con los blancos... Uff, demasiado, hasta para Mamet, que parece un francotirador enloquecido en lo alto de una torre que dominara todo el país. ¿Cuál es el mensaje final? Aun así, en la agresividad y el vértigo de los diálogos hay destellos de talento: un pronombre en mitad de una prueba verbal, que el recato de un jurado alienado en prejuicios no aceptaría, convertirá una violación en un acto consentido. No es casual que los personajes más jugosos, los abogados y socios interraciales Jack Lawson y Henry Brown, sostengan la función: Mamet coincide con ellos en su escepticismo ante la discriminación positiva. Quizá por eso Toni Cantó y Emilio Buale brillan –sobre todo el primero, con el encanto de los tramposos elegantes– por encima de un Bernabé Rico que necesita más intensidad –su acusado de violar a una negra apenas es un «mcguffin» en el taller de un titiritero experto en cortinas de humo como es Mamet– y una Montse Plá que se defiende dignamente al bailar con la más «fea», una becaria que es puro prejuicio. La fría modernidad de la escenografía abierta de Ana Garay, que nos introduce en un bufete de diseño, y la batuta atacada de Juan Carlos Rubio, con demasiada ira donde podría haber algo más de ironía y juego, contribuyen, junto al desigual texto, a que «Razas» sea una función interesante pero no una obra memorable.