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La Razón
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La Selección se encuentra en el pórtico de su gloria. Un partido nos separa del título, campeones del mundo, algo jamás imaginado hasta que apareció esta generación que armoniza la música sobre un balón. El es- cenario, el Soccer City, expone una exhibición de riquezas junto a las sombras de Soweto, La Moraleja de los pobres, la ciudad residencial de los desamparados. Dicen que, por fuera, tiene forma de calabaza, lo contemplo con cierta frialdad y acepto la metáfora. Por dentro, impactan su aforo y su grandiosidad. Asombra su simbología futura. Esta no- che formará parte de nuestra memoria para siempre. Los futbolistas de «La Roja» retumban un «ganar como sea» porque su conciencia les dice que sólo se vive una vez y nos ha tocado. Se sienten un equipo ganador y han venido a conquistar la Copa del Mundo. Con el máximo respeto a Holanda, «La Roja» quiere campeonar, que diría Maradona. La ilusión de nuestro país, el rumor que nos llega y les llega. Las calles desbordadas de aficionados, banderas y camisetas, las caras pintadas con los colores nacionales, abren los ojos a la necesidad de hacer felices a todos. Por eso quieren «ganar como sea», aunque sólo saben jugar bien, tener la pelota y defender con la posesión, organizar y mandar, orden y talento, que decía Arsenio Iglesias. Me imagino esta noche de alegrías derramadas, lágrimas agitadas y emociones sobrecogidas. Miro callado hacia el infinito al tiempo que me pregunto en la quietud de esta sala de prensa del Soccer City si todo cuanto sucede a mi alrededor será cierto, mientras le pido a mi Dios que escuche con amor mis pensamientos.