Roma
Fe y nueva evangelización
Una nueva evangelización es la urgencia mayor y el mayor de los servicios que la Iglesia puede, y debe, prestar hoy a los hombres de nuestro tiempo. Esto reclama llevar el Evangelio sin ningún miedo ni complejo, con firmes y básicas certezas, con plena libertad y valentía, con la alegría que viene de Dios y la dicha del tesoro del Evangelio, con las razones que sustentan el anuncio del Evangelio, capaces de responder a las explicaciones que hoy se nos piden.
Sin echarse atrás y sin retirarse, la Iglesia, en su totalidad ha de mostrar a Jesucristo; obedeciendo a Dios antes que a los hombres, consciente y sabedora, con certeza, de que el Evangelio no está encadenado ni en trance de perecer, y es fuerza de salvación para todo el que cree; sabiendo, además, que hoy y casi siempre hay que navegar contracorriente, ya que se está en un «mar proceloso», sacudidos por tantas olas de modas culturales que tanto presionan, por tantos vientos, a veces tan adversos, que parecen confundirnos y llevarnos sin rumbo, al retortero. Para llevar a cabo esta urgentísima y apremiante obra y servicio de la Iglesia de una nueva evangelización, es preciso que la Iglesia camine en medio de los vientos contrarios de hoy, sin que la duda o las dudas se apoderen de ella, porque estas dudas –que pueden ser desconfianza y falta de fe– hunden en el abismo y en las olas destructoras. Al contrario, en medio de lo que parece hundir en la desesperanza, se ha de caminar con la certeza de que Jesucristo mismo, en persona, el mismo que nació de la santísima Virgen María y fue crucificado, es el mismo que vive resucitado, triunfador de la muerte, con las llagas abiertas de la carne y del costado herido, y que no es un fantasma, no es una idea, no es el remedo de nuestras imaginaciones y quimeras, o de nuestras proyecciones y opiniones. El relativismo de nuestro tiempo hunde en el abismo y destruye. Algunas opiniones o interpretaciones de la fe hoy en circulación nos alejan y apartan de la realidad, impiden acercarse a la persona de Cristo, en su realidad propia y de salvación real. Así imposibilitan evangelizar, que es dar testimonio de lo que ha acontecido y sigue aconteciendo en las propias vidas.
Nunca y menos hoy, que tan fuertemente se nos piden razones, para evangelizar de verdad y con la verdad, no se puede ser víctimas ni estar presos del último o de lo último que nos llega, del último artículo que se ha leído o de la última opinión teológica o no teológica que se ha podido escuchar, que parece moderna y que puede halagar a los oídos de muchos del presente. Para evangelizar, aunque parezca paradójico a algunos, los evangelizadores de nuestro tiempo no nos podemos casar con el presente que pasa y se esfuma, porque en seguida nos quedaremos viudos. Para evangelizar, es preciso ser hombres y mujeres de fe sólida, de firme certeza, maduros en la fe, enraizados en la roca firmísima de la fe de la Iglesia. Por ello es preciso, a la vez e inseparablemente, insistir en la transmisión fiel de la sana, recta y verdadera doctrina, aunque eso «escandalice» a los oídos de muchos de nuestro tiempo o a la cultura dominante de nuestro época, o a los que, erigidos en jueces y mentores de nuestro mundo, deciden y dicen qué es lo que hoy hay que pensar, hacer y hasta creer, todos, hasta los cristianos. A veces, desde el seno de la propia Iglesia, se asume esta expresión de la cultura dominante cuando se busca una interpretación «adaptada» y «light» de la fe de la Iglesia, una interpretación del cristianismo que no escandalice ni se destaque por su originalidad y radicalidad.
Piensan equivocadamente que de esta manera y con estas interpretaciones, y con los aplausos y los oídos halagados de los espectadores y de la cultura dominante, permanecerá en adelante el cristianismo: siempre encontrarán éstos a la mano una interpretación del cristianismo o unas interpretaciones del Evangelio y de la moral cristiana que no escandalicen a nadie. Pero, ¿no se es desleal cuando se quiere mantener en pie el cristianismo a base de interpretaciones tan artificiales y arbitrarias como algunas de las que ahora se ofrecen? «Una interpretación del cristianismo que le deja tan vacío de realidad significa no ser sinceros ante las preguntas de los no cristianos, cuyo ‘quizá no' nos acosa tan seriamente como quisiéramos que nuestro ‘quizá' cristiano les acose a ellos». (J. Ratzinger). La gente aparece a veces desconcertada por tanta disparidad, tanta opinión o interpretación del cristianismo, de las realidades cristianas, muchas de ellas básicas e imprescindibles para creer y pertenecer a la Iglesia católica. Los hombres necesitan, pues, certezas: no se evangeliza y no se transmite la fe, ni se puede conducir a ella, sin la fidelidad a la fe de la Iglesia, y sin la comunión inquebrantable con ella. Se requiere un anuncio fiel e íntegro del Evangelio, transmitir un «núcleo» permanente e irrenunciable, es decir la «sustancia viva del Evangelio». Para una nueva evangelización es preciso ir a lo esencial y nuclear de la fe. Es lo que hace constantemente el Papa Benedicto XVI, el Papa de lo esencial, el que ha creado un nuevo Dicasterio en Roma para la nueva evangelización. En eso esencial –Cristo– está el futuro del hombre.
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