Historia

Estreno

CRÍTICA DE CINE / «Carlos»: El terrorismo en el espejo

Olivier Assayas hace equilibrios sobre las aguas de dos perspectivas antitéticas: la del retrato del terrorista como estrella de su propia película de catástrofes y la del retrato del terrorista como bestia de sangre fría y lógica caliente.

067NAC15FOT1
067NAC15FOT1larazon

Su acercamiento a Carlos, también conocido como el Chacal, brazo armado del Frente Nacional de Liberación Palestina y luego asesino a sueldo de la izquierda internacional, se nutre de la tensión entre los dos puntos de vista, como si la frialdad del tono periodístico del relato necesitara compensarse con lo que sólo son especulaciones sobre las ambiciones mediáticas de su antihéroe.

Assayas es un equilibrista que nunca pierde pie: en este monumental fresco histórico –el montaje original es una miniserie de televisión que dura cinco horas– tiene tanta importancia la escena en que Carlos se mira desnudo en un espejo como la actitud negociadora que presenta cuando está acorralado, después de haber secuestrado a los ministros del petróleo en una cumbre de la OPEP.

Assayas imprime un ritmo frenético a la escalada de violencia organizada a la que Carlos se entrega, siempre en nombre de una supuesta lucha contra los fastos del imperialismo. Siguiendo la estela de los thrillers políticos de los 70 –y de sus más directos herederos, con el «Munich» de Steven Spielberg a la cabeza–, la película describe con claridad meridiana el modo en que fracasaron las utopías revolucionarias.

La lectura política de este filme nos hace entender las relaciones de Occidente con las dictaduras de Oriente Medio, las contradicciones internas de la izquierda más radical y menos exquisita –sus vínculos con Saddam Hussein, sin ir más lejos– y, sobre todo, cuál el origen de todos los males del mundo: un narcisismo atroz revestido de conciencia ideológica. Es éste un cine eléctrico, impulsivo, que asume las arritmias de la Historia –escenas concisas como un disparo interrumpen escenas épicas y dilatadas– sin perder el norte. Lo peor: Que no se haya estrenado la versión completa de cinco horas de duración.