París
Capa y Taro amor en la guerra
Se conocieron en París y los separó la Guerra Civil española, cuando ella fue arrollada por un tanque republicano
Robert Capa y Gerda Taro llegaron a España buscando la guerra que les faltaba a sus fotos. Venían con el idealismo de la juventud, que no es otra cosa que un brote de entusiasmo, y se encontraron con esta nación solanesca, la de la traición y el garrochismo, como en su día señaló Umbral.
Goya describió mejor que nadie todo esto en ese impresionismo anticipado que son las pinturas negras cuando ya estaba sordo (quizá por eso oía/veía mejor que nadie el latido de quiénes éramos). España siempre ha sido un país con muchas banderías y territorialidades. Aquí el único que fue neutral fue Alfonso XIII cuando la Primera Guerra Mundial. Los demás, el pueblo, enseguida se dividió entre aliadófilos y germanófilos, que no es más que el debate de la izquierda y la derecha, pero internacionalizado, como acertadamente apuntó Pío Baroja, aunque a lo mejor era otro.
La contienda empezó en África, porque la cosa tenía su punto africanista, su rollo primitivo, y trajo consigo un turismo inesperado de fotoperiodistas y fanáticos de las ideologías de masas, que en aquellas décadas no eran más que dos, la de Lenin, que fue esa revolución por el desorden que enseguida prendió en el bosque arduo y difícil del proletariado de entonces, y los que preferían implicarse en ese seguidismo, en esa estética de legiones mucho más ordenada, que difundía esa propaganda de antorchas y correajes de Hitler y Mussolini, y que después fue tan «cinematografiada» por Leni Riefenstahl.
Capa y Taro no llegaron con la mirada inocente del periodismo digital de ahora, con esa objetividad repetida desde las escuelas de periodismo. Querían apoyar a la República, porque aún había necesidad de defender causas, una labor en la que pronto él se desanimaría. Se habían conocido en París y ninguno se llamaba como se les llama ahora. Él era André Friedman, húngaro; y ella Gerta Phorylle, alemana. Los dos se escondieron/revelaron a través de sus seudónimos, porque muchas veces existe más verdad en las identidades inventadas y falsas que en el «deneí» del bautismo y la realidad.
Él quería casarse, pero ella, como que no. Gerda, que fue detenida en la Alemania de 1933, había crecido en contacto con el magma cultural de época y gastaba la intelectualidad tan propia de esos momentos. Capa era el fotógrafo arriesgado, el periodista de acción que le enseñó a ella a retratar el mundo a través del guiño de un objetivo, y que, más tarde, aprendería a desembarcar en Normandía y a disfrutar del champán en París. Su relación quedó devastada cuando ella murió arrollada por un carro de combate republicano durante la retirada en Brunete. Era domingo. El 25 de julio de 1937. Robert Capa jamás regresó a España.
Origen de un mito
Su relación fue de influencias mutuas. «Sin Gerda, André tal vez no lo habría logrado. Ella lo recogió, le dio un norte... Él nunca había querido llevar una vida convencional, de modo que cuando no le iban bien las cosas, se dedicaba a beber y a jugar. Iba por el mal camino cuando se conocieron, y tal vez sin ella habría sido su fin», comentó Eva Besyö sobre ellos.
Cuando se unió a Gerda, decidieron crear una especie de sociedad con un tercer socio, alguien que inventarían: Robert Capa, que sería un americano rico y famoso que ellos habrían contratado. Escogió Robert «porque sonaba americano» y Capa, por el director Frank Capra. La transformación había comenzado. Lo siguiente fue el «look». Gerda, de nuevo ella, le aconsejó cortarse el pelo de manera diferente, «corto por detrás y por los lados», como cuenta Alex Kershaw en «Sangre y Champán». Ahora las fotos de ellos dos se pueden ver en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
✕
Accede a tu cuenta para comentar