Cataluña

Montilla: El sabor de la amarga cicuta

José Montilla tiene en estas elecciones tres enemigos, pero en campaña hay uno que ha omitido.

José Montilla: Ganar tiempo hasta las municipales
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En la dirección federal del PSOE todos tenían claro que José Montilla Aguilera, llevaría al PSC a unos malos resultados. Ni su campaña apelando al voto del miedo contra la derecha, ni su tardía apuesta españolista, ni tan siquiera sus incursiones en programas televisivos de la «prensa rosa», pudieron salvar la imagen de un hombre que gobernó con los independentistas radicales y que, bajo la égida del tripartito, sumió a Cataluña en una etapa nefasta. En medio de la tormenta del Estatut, salpicado por la sombra de José Luis Rodríguez Zapatero, en sus horas más bajas, Montilla ha recibido un voto de castigo por partida doble, ante una crisis de sonoras dimensiones. Nacido en Iznájar, Córdoba, Pepe Montilla fue el clásico emigrante desde su Andalucía natal a Cataluña. Con dieciséis años, fijó su residencia en San Joan Despí y empezó a estudiar Economía y Derecho, pero no acabó ninguna de las dos carreras. Afiliado al PSC desde el año setenta y ocho, se forjó en la política municipal de ese ayuntamiento hasta ser alcalde de Cornellà. Representante del ala «obrerista» de los socialistas catalanes, frente a los llamados «patricios», es decir, los «pata negra» que lideró Pascual Maragall, su carácter sibilino, astuto, le hizo medrar en el partido. En la calle Nicaragua, sede barcelonesa del PSC, se le conocía como «el búlgaro» por sus maniobras oscuras para zafarse de sus adversarios. En el año 2000 ya se sentaba en el Comité Federal del PSOE como Primer Secretario de los socialistas de Cataluña. De carácter retraído, sigiloso, Montilla fue llamado por Zapatero a Madrid para ser Ministro de Industria, Turismo y Comercio, y se convirtió en el hombre fuerte del PSC en el Gobierno. La renuncia de Pascual Maragall a la presidencia de la Generalitat le colocó de candidato. A pesar de obtener once escaños menos que CIU, y un peor resultado que Maragall, logró ser investido presidente con los votos de Esquerra e Iniciativa-Verds, a quienes entregó mucho poder en el tripartito. Desde entonces, sus relaciones con Zapatero iniciaron un fuerte deterioro. Para nadie era un secreto su mala relación con el presidente del Gobierno que, días antes, le había garantizado su apoyo al candidato de CIU, Artur Mas, en una escena monclovita digna de recordar. Dicen que la vida pasa factura a las malas jugadas. Montilla acaba de comprobarlo. Su derrota, asumida desde Madrid, aboca al PSC a una fuerte reconversión y un nuevo liderazgo. Es, además, un sablazo para Zapatero y el partido a nivel nacional, la antesala de un negro horizonte en las elecciones de mayo. Quien un día fuera el hombre más poderoso del socialismo catalán, saborea ahora la amarga cicuta. Algunos, dentro del propio PSC, no le perdonaron su entrega a ERC e Iniciativa, los nombramientos de gentes como Carod-Rovira o Joan Saura. Hasta Pascual Maragall lo dijo durante la campaña. «A Pepe le toca perder». Así ha sido, como preludio de otras venideras.