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La Razón
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Dicen que si un burócrata se cae de una ventana tarda una semana en llegar al suelo. Mucho más tiempo emplean Mourinho y Guardiola en aclarar su futuro; un porvenir que, dado su privilegiado estatus, debería estar más claro que el agua y tan diáfano como el de la Liga. Remolonean ambos. El primero tiene contrato en vigor hasta el verano de 2014. No hay constancia de que el Madrid pensara romperlo ni cuando el técnico se extravió, cuando veía gigantes por doquier en lugar de molinos. Ahora que se ha encontrado y que por esas protestas del Bernabéu, que dice él que no atiende, ha acertado por fin con la alineación de un equipo ganador, su continuidad es un anhelo general que todos exteriorizan menos el interesado. Ni ahora que ha optado por el monosílabo en lugar de la perorata es capaz de decir si va a cumplir o no.
El compromiso de Guardiola con el Barcelona expira el 30 de junio. Renueva de año en año, pero éste se demora más de lo habitual. Por ahora, sólo días. El crecimiento uniformemente acelerado del Madrid, partidos tan deprimentes como el de Pamplona, el título liguero a diez puntos, la relajación lógica pero inadmisible de algunos jugadores y la imposibilidad humana y casi divina de repetir cada año los éxitos del anterior siembran sus dudas. Hay quien en el puesto de Pep cerraría el capítulo azulgrana, «lo ha ganado todo, que lo deje o abra un paréntesis», sugieren. El caso de Mourinho es diferente. Le han dado lo que ha pedido, hombres y mando, y ahora que el equipo apunta las mejores maneras, ahora que convence, se deja querer, como Guardiola. Qué no daría Manolo Jiménez por que le asaltaran esas dudas en el Zaragoza.