País Vasco

Otro año con ETA

La Razón
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El lendakari Patxi López quiso que las elecciones, que pueden dar hoy al brazo político de ETA la mayor cota de poder político de su historia en el País Vasco, coincidieran con el primer aniversario del «cese armado definitivo». Probablemente, el mandatario socialista confiaba aún en capitalizar un proceso que nunca fue suyo y sí de los terroristas, principales beneficiarios de un tiempo que arrancó mal y está por ver cómo concluirá. El balance de estos meses ofrece un resultado con pocos matices. ETA, con sus diferentes alias, pasó de la ilegalidad, de estar fuera de las instituciones, casi en una situación de marginalidad y agonía, y a las puertas de su derrota, a recibir la bendición de una mayoría propicia del Tribunal Constitucional, que le ha permitido conquistar importantes gobiernos como los de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa, pero también marcar los debates y los tiempos políticos, recuperar la calle e imponer, en suma, su tutela sobre el desarrollo de los acontecimientos. Y todo ello sin pegar un tiro o, mejor dicho, por no pegarlo. Es cierto que el repliegue de los pistoleros fue consecuencia de la eficacia policial y judicial. Sería, por tanto, injusto no valorar como merece el excelente trabajo de los agentes que condujeron a ETA al borde de la derrota y que no han bajado la guardia en instante alguno. Si algo ha evidenciado este año ha sido, precisamente, lo contrario de lo que algunos han transmitido a la sociedad como una verdad absoluta: ETA no ha desaparecido. Ni se ha disuelto, ni ha entregado las armas, ni ha pedido perdón, ni ha colaborado con la Justicia para esclarecer los trescientos asesinatos que aún permanecen sin juicio y sin culpables. Más bien, al contrario. Los terroristas acaban de reafirmar públicamente su voluntad de fortalecer sus estructuras y seguir tutelando las principales exigencias de su brazo político: excarcelación de presos y negociación con el Gobierno. Están envalentonados y sus últimos comunicados, chulescos y desafiantes, lo demuestran, como también el hecho de que hayan embridado a Bildu para tomar las riendas del «proceso». El rebrote del terrorismo callejero ha sido todo un síntoma. Hemos pasado, pues, otro año con ETA, y llevamos demasiados. Tal vez, la peor noticia haya sido la sensación de amargura que ha prendido de nuevo en las víctimas, desencantadas con lo que ven e intuyen. El Gobierno tiene tarea por delante con un colectivo que merece todos los esfuerzos. Tras las elecciones, la democracia debe reafirmarse en sus convicciones y en su determinación de que el único final posible pasa por la derrota de los terroristas. Como recordó Maite Pagazaurtundua, «escribe el relato el que gana», y ETA aspira al poder para tapar la barbarie, reescribir la historia. El objetivo sólo puede ser que no lo consiga.