Barcelona
El gimnasta de Tita aconseja la reconciliación familiar por Jesús Mariñas
Tita vuelve a equivocarse cual si fuera la paloma albertiana. Una pena de madre que este verano recurrió al reducido círculo de siempre para merodear por el Mediterráneo. Siguiendo los pasos que su hijo tomó hace un año, tornó a Mónaco y su fiesta de la Rosa. Como alma en pena o judío errante, ay, aunque Xavier, su profesor de gimnasia tan experto en doblarse el espinazo se dejó –ay – se deja ver como algo más que temporal. Superando rumores afirmativos de que lo despidió regalándole una casa en Punta del Este y un apartamento en la Costa Brava, volvió a su amor por la buena forma física. Aunque él ahora va de consejero áulico, una especie de Petronio con Nerón, siempre recomendándole lo mejor porque, pese a su fuerza, es un pan bendito: «Pregúntale por los niños, que no te cuesta nada», me aseguran que le recomendó el par de veces que ella contactó con su hijo. Una sombra benefactora no sólo para tipito, le cuida todo, y Xavier se había ido harto, y no sé si humillado.
Ocho años juntos y rompieron relaciones porque la baronesa acaso ya se considera en forma. De ahí que ahora no dé su brazo a torcer en postura y rechazo irreductible, no al nieto recién nacido, sino a su nuera Blanca Cuesta. Conocedor del paño, al fin hijo que estuvo en su vientre, Borja desconfía de las buenas palabras del primer momento. No se entiende el rechazo o casi repudio de Tita ante el tal alumbramiento aumentador de su cortísima familia, ya sin apoyos como su madre, la irrepetible doña Carmen de tanto carácter, y su hermano del alma por el que se desvivía. Lógico que, al enterarse del parte, hubiese corrido a Barcelona para compartir con ellos tan grata y procreadora noticia. Craso error, la opinión ya no está con ella especialmente desde el reciente DEC, presuntamente montado casi como homenaje, que tuvo efecto «boomerang»: logró lo contrario de lo pretendido y Tita quedó de intransigente y Blanca como una mártir de las circunstancias. Borja no pierde los nervios y demuestra una cachaza ya desesperanzada, qué no sabrá él de trapisondas, enfados y cabreos maternos. Y aunque tiene pendiente una conversación imagino que tensa para resolver el aplazado tema de la herencia pendiente, ve más clara esa resolución que superar el mutuo encono entre suegra y nuera. «Sé que mamá no tiene remedio. La tomas o la dejas. No confío en que esto se arregle», concluye resignado a no entenderse.
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