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Espíritu de cooperación

La Razón
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Entre los efectos más indeseables de la grave crisis económica figuran en lugar destacado el rebrote de la insolidaridad y la multiplicación de los mensajes populistas, que suelen trasladar a los demás las culpas de los problemas y la causa de los males. Todo ello ha ahondado la división emocional de los ciudadamos y ha incrementado la crispación, que nada tiene que ver con la legítima y necesaria discrepancia ideológica o política. Una cosa es que la oposición política y sindical se oponga frontalmente a las reformas del Gobierno de Rajoy con argumentos más o menos sólidos, y otra bien distinta es instigar la ruptura de las reglas del juego democrático, que es lo que han hecho los nacionalistas e independentistas catalanes capitaneados por Artur Mas y lo que busca una cierta izquierda radical que camina hacia el extremismo antisistema. Nunca antes se había lanzado contra el Estado democrático un órdago tan irresponsable y cainita, con el agravante de que se produce cuando toda España se enfrenta a la mayor crisis económica, social y anímica de las últimas décadas. Tampoco antes habían llegado los nacionalistas a tal grado de miseria política y moral. Desde la Transición hacia acá, nuestro país ha protagonizado una historia de éxito y prosperidad gracias a la generosidad de todos los españoles, a la mesura de sus gobernantes y a la integración en Europa. Como es natural, también ha habido fracasos y episodios negativos, pero en conjunto España ha salido fortalecida, más avanzada y mejor preparada, además de haber derrotado a los terroristas etarras. Ahora, sin embargo, hay sectores empeñados en tirar por la borda este legado por simples intereses ideológicos o partidistas, como si el camino recorrido juntos con tanto esfuerzo pudiera borrarse a capricho para tirar cada cual en una dirección. No se trata, es evidente, de invocar la nostalgia del pasado ni de reproducir lo que fue la Transición, pero sí de rescatar sus valores y enseñanzas. La España de finales de los años 70 atravesó una etapa económica tan dura, incierta y frágil como la de ahora. Sin embargo, prevaleció la voluntad de unión y concierto entre partidos y sindicatos porque de lo que se trataba era de ganar un futuro mejor, no de cobrarse las revanchas. También ahora, ante la decisiva encrucijada, es imprescindible afrontar los problemas con sentido solidario y con generosidad, tal como ha dicho el Rey en su primera «cibercarta». Habrá quien crea que la Constitución mejor ahormada de la historia de España se ha quedado obsoleta y que necesita una reforma profunda que recoja las nuevas demandas. Es un debate legítimo, pero no oportuno. Cuando un país está atravesando un río que baja bravo y turbulento nada hay más suicida que cambiar de caballos y dividir las fuerzas. O se salvan todos o se ahogan todos.