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El fin de la gran familia por Manuel Calderón

La Razón
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Scorsese nos ha educado en un cine de valores fuertes: lealtad a los amigos, a la familia nunca se la traiciona y conciencia trágica de lo poco que vale la vida cuando el conflicto es sólo lucha por el poder. El poder de la familia. El poder en las calles del barrio, el temor que alguien infunde con tan sólo oír sus pasos intimidatorios, la «omertà», el silencio de los muertos. La Mafia, la gran familia, está en crisis. Roberto Saviano, que vive escoltado por decenas de policías desde que la Camorra anunció que, tarde o temprano acabaría con él, ha repetido perplejo que idealizamos una estructura delictiva de una crueldad sólo a la altura de sus gustos zafios y de vulgaridad miserable. Nada de ópera, nada de melancólicas sesiones en el teatro Massimo de Palermo como Michael Corleone, nada de conversaciones en la penumbra, nada de delicado amor a los hijos. No, Michele Zagaria, el «capo di tutti capi» de La Camorra detenido ayer vivía en un zulo escondido, preso él mismo, disfrutando de un lujo cuartelario y acompañado de un tigre, fiel y felina mascota. La gran familia está en crisis, porque, como se dice ahora, su relato es el de una organización delictiva de la que no podría hacerse una película, a no ser una versión un «remake» de «Torremolinos 73». En eso ha quedado. A Scorsese le preguntaron en una ocasión que por qué hacia cine sobre La Mafia: «Está todo el drama del mundo en una familia... pero eso era antes».