Barcelona
Libertad
La única condición para el acuerdo entre hombres, y entre los pueblos, es que sean libres. Así rezaba una pancarta de la manifestación de Barcelona. Era la más sensata de todas. La que mejor define la frustración de la ciudadanía de Cataluña. Los acuerdos sólo son posibles desde la igualdad, la libertad y el respeto a la diversidad. Algo tan simple ha sido olvidado por el Constitucional. No lo ha tenido en cuenta al emitir una afrenta que trata de disfrazarse de sentencia. Le ha primado más reforzar el anticatalanismo para consolidar la unidad de España, buscando la rendición sin condiciones, vía humillación. La tesis se ha revelado todo un fiasco porque ha separado más que unido. Los separatistas están encantados. Los separadores también. El Constitucional les da alas. Ha agitado el enfrentamiento y abierto una fractura histórica, que puede ser sin retorno. Los soberanistas dan por cerrada la puerta de la vía autonomista y comprueban que tienen fuerzas –nada desdeñables– para iniciar la aventura separatista. Razones no les faltan, gracias al inepto Tribunal que da un portazo al consenso entre Cataluña y el resto de España a instancias del Partido Popular –primer culpable de esta situación– y con Zapatero, como Pilatos, lavándose las manos. El Gobierno, esquivo y timorato, abandona a su suerte a los miles de catalanes que quieren una Cataluña fuerte en una España plural. Con deberes pero también con derechos. En la que la diferencia no sea el problema, sino la riqueza de la suma de todos. En la que unidad no sea uniformidad. El acuerdo todavía es posible. Para conseguirlo, menos imposición, más libertad, más diálogo y más política.
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