Casas reales
El lado bueno de Jorge Javier Vázquez por Jesús MARIÑAS
Todos son loas y ensalces al papelón magníficamente escenificado por Isabel Pantoja en una rentré televisiva que parece inacabable.
Esta pipa de la paz tras años de encono y descalificaciones trocó en la actual exaltación fallera, aunque no hay fuego que la devore o consuma. Resulta incombustible y lo mismo sobrevivió al affair de Encarna Sánchez y los 47 millones que le hurtaron en un armario: ella nunca salió de él, bien lo sabían y compartían sus compadres Sole y Carmen Jara con un Paco Gordillo al que ahora añora José María Álvarez del Manzano porque le facilitó sus primeras mayorías para la alcaldía madrileña, algo que no registramos en su historial tan laureado. Isabel sobrevive a cualquier naufragio. Es protagonista sin enterarse, pone gesto inocente y desprevenido, y si algo afecta, lo cubren los maquillajes mimosamente aplicados por Juan Pedro Hernández. Sucedió en este reencuentro televisivo con lo que era la cadena de sus pesadillas. Jorge Javier fue engarce, conductor hábil y elegante. Preciso en el trato, palabras y respeto. Sorprendente cambio de postura la de esta Pantoja que el último año también negoció con Antena 3 vía su íntima Chelo García Cortés, que le recomendó a Julio Reis, su nuevo diseñador de calle desbancando al menos en eso la perfección y conocimiento que la sevillana Lina tiene de la siempre gemidora tonadillera, reina de la copla.
Pisa los escenarios con el tronío y planta que en sus tiempos tuvieron doña Concha Piquer o Juana Reina, insuperables en el andar y mando en plaza. Isabel es buena continuadora. Verla nadar entre dos aguas, arrancando lágrimas en su casi folletinesco pero real «¡madre!», «¡hijo de mis entrañas!», aclaró el panorama nacional tan sombrío gracias a los que mandan y ahora encuentran charanga del Tío Honorio en ciertos ecos indignados. Chapeau para su saber estar. Pero especialmente a la habilidad, exquisitez y una simpatía sin doblegamiento ni servidumbre de Jorge Javier. Nos tenía acostumbrados a su ferocidad devastadora en «¡Aquí hay tomate!», donde arremetió sin tregua contra Pantoja. Exacto en el tono de conciliación pero alerta, cómplice de los que no se dejan llevar, hábil en ese mano a mano donde Isabel acabó no sólo entregada, sino confiada.
Objetivo más que cumplido y dio gusto el relajado tuteo donde quedó claro que ninguno bajó la guardia. Qué distinto pareció Jorge del que cada tarde actúa látigo en mano azuzando el jolgorioso circo romano de «¡Sálvame!». Ahí no se salva ni el apuntador. Puesto en la cuerda floja del más difícil, me quedo con ese Jorge Javier menos zurrador, tierno y muy entrañable. Insuperable trabajo.
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