Historia

La Rioja

Declaración de Fermín Tordancha

Serranillas para el verano
Serranillas para el veranolarazon

Periódicamente, como las golondrinas primaverales, me entra la comezón de escribir y los dedos se lanzan sobre el teclado para plasmar lo que está urdiendo la mente. Además, esto de escribir es como el rascar, todo es empezar.
Hace años, comenté mi estupor ante el variopinto mundo de los cazadores que descubría con inocencia de neófito.
Más tarde, y también más curtido, expuse los cambios que advertía en el ambiente cinegético, mudanzas que se acompasaban con las ocurridas en mi vida que se había revolucionado con la presencia de Mireya, peluquera y explosiva rubia cosmética.
Ahora, con el sosiego que dan los años, descubro que el gremio de los cazadores no es el único pintoresco: todos los humanos lo son y me propongo ofrecer distintas muestras para avalar lo que digo.
De entrada, debo vaciarme de todo prejuicio, es decir de pensamiento elaborado a priori, y enfrentarme con la moderna pluma de escribir que es un ordenador, obsequio de mi rubia.
–«Con esa antigualla de Olivetti no puedes hacer nada a derechas».
Mireya está por la modernidad en lo mecánico y por la tradición en la política.
Estos objetos empezaron denominándose cerebros electrónicos, luego en un alarde de humildad de sus constructores los llamaron ordenadores, y en esas seguimos. Pero no hubiera sobrado que pusieran un poco de orden en el vocabulario que utilizan para las distintas funciones que ofrecen.
Me imagino el desconcierto de María Moliner ante el folleto de instrucciones de estos aparatos. Por de pronto hay un tal Web que figura como comodín para todo, existen «ventanas» a las que nadie puede asomarse y «tablas» que no son de salvación, misteriosos «autotextos», «pestañas» que no entiendo como celan los ojos de una máquina eléctrica, y unos «hipervínculos» que deben ser matrimonios que cumplieron las bodas de plata.
Es muy aconsejable relegar a un cajón el susodicho folleto y recabar la ayuda de un sobrino (no importa la edad, todos conocen el funcionamiento de estas máquinas pensantes), y de su mano enfrentarse a las novedades del último modelo.
Precisamente es lo que hice y gracias a la ciencia de un tierno infante pude comprender el arcano de la técnica moderna.
El teclado ¡alabado sea Dios! permanece constante y como una atención a los 300 millones de hispano parlantes, campea la ñ en el costado diestro; el abecedario también vota conservador.
Con todo dispuesto me reté con la página en blanco, con la angustia de iniciar la primera frase, de borrarla y de volver a comenzar. Necesariamente me acordé de Paul Verlaine, que consideraba a la inspiración el trabajo de todos los días, pero mi labor se centra ¡ay! más en la flota de autobuses que en la gramática y la sintaxis.
Vino Mireya en mi ayuda y, sin complejos, me espetó:
–«Si necesitas musa conmigo estás muy bien servido».
Una vez más tenía razón, su presencia ya es suficiente: no hay más que verla taconeando por las aceras para que la inspiración acuda y la respiración se corte, y si se añade la memoria de nuestra convivencia, con mayor motivo.
Recuerdo cuando le preguntó a una señora de las que entienden que cualquier norma coarta el correcto desarrollo de sus hijos:
–«¿Es difícil encontrar escuela para los niños hiperactivos?».
O aquella otra ocasión en la que a un hombre maduro, más que entrecano pero todavía con apostura, le dijo:
–«Ya a tu edad…».
Y no digamos su frase a un político, en viaje electoral por La Rioja, al que soltó sin el menor embarazo:
–«Y Ustedes, los diputados, ¿Cuando trabajan?»
Mireya ha tranquilizado mi angustia ante la página en blanco, dejaré correr la pluma, más bien teclado, y que su vitalidad me lleve. Escribiré al revuelo de sus andares, anotaré sus ocurrencias y si fuera necesario haré de su biografía un cantar.
Como tiene la costumbre de fisgonear por encima del hombro, lee el párrafo anterior y no se contiene:
–«Si quieres, puedes cantarme como María del Monte, pero sin cursilerías. Habla de caza, que de eso sabes».
El «sosegaos» de Felipe II se queda corto al lado de las salidas de mi peluquera particular, de modo que sereno el ánimo y me pongo a la tarea con mesura y sin grandilocuencias.
Es mucha rubia, mi rubia.