Nueva York

El día que volvió el islam

Los últimos diez años han estado marcados por la amenaza del integrismo islámico. Con el 11-S llegó para quedarse 

El día que volvió el islam
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No será fácil olvidarlo. Estábamos viviendo el final de la historia, ese triunfo del pensamiento único, neoliberal, que Francis Fukuyama había profetizado tras la caída del Muro de Berlín. La nación más poderosa de la tierra sesteaba, apenas inquietada por la segunda Intifada en Israel y el previsto fracaso de la cumbre sobre el racismo de Durbán. Un mundo, decían, donde los conflictos serían locales y la economía global. No. No será fácil olvidarlo porque la historia, como esas viejas cintas de casete que se ponían en «autorreverse», había vuelto al principio. Ahí estaba George W. Bush, leyendo cuentos infantiles a los niños de una escuela de Sarasota, mientras el islam volvía a sacudir los cimientos de Occidente, desvelando la falacia conceptual del «pensamiento único» en una economía global, neoliberal, por supuesto.

El vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la torre norte del World Trade Center de Nueva York a las 8:46 minutos de la mañana de aquel 11 de septiembre de 2001. El resto es conocido. Luego, cuando llegó el tiempo de las reflexiones, los analistas resaltarían un detalle: los cuatro aviones secuestrados simultáneamente tenían como destino la costa del Pacífico. Es decir, llevaban los depósitos de combustible a tope, revelando un diseño del ataque y una planificación para un objetivo de muy largo alcance.

Prácticamente, nos hemos pasado la década con el 11 de septiembre marcado en rojo, en un calendario por el que no pasan los años. Y, sin embargo, los indicios de que estaba tomando forma un adversario temible, herido en su orgullo y ciego ante sus propias carencias y culpas, estaban allí desde hacía casi cuatro décadas. 

Estaban en la literatura apocalíptica egipcia, que fabulaba la nueva derrota de los cruzados tras la humillación de la Guerra de los Seis Días, y en los informes y cables diplomáticos rusos y serbios que daban cuenta de la inagotable recluta por todo el mundo islámico de voluntarios para las guerras de Chechenia, Bosnia o Argelia. También en las advertencias de una clase media árabe, cultivada, que reclamaba inútilmente apoyo frente a unas oligarquías, aliadas vergonzantes de Occidente.

Ben Laden, el misterio


Y así, la que debía ser la década prodigiosa, la del triunfo de las nuevas tecnologías y de la sociedad del conocimiento, de la libertad individual como aspiración general, ha visto el regreso del medioevo, de los asaltos a las caravanas, de los piratas y del «turco» a las puertas de la cristiandad.

Ahora, parece claro que Osama Ben Laden, daba por descontado que el primer golpe del contraataque sería en Afganistán. De hecho, sólo unos días antes había hecho asesinar al viejo resistente antitalibán Masud, el «León del Panshir», que resistía en las montañas del norte. Lo que sigue sujeto a discusión es si había previsto el siguiente movimiento occidental, contra Sadam Husein. Sólo él puede aclararlo.

A lo largo de su vida, como se desprende de los pocos escritos que se le atribuyen, el fundador de Al Qaida no había escatimado invectivas contra los «corruptos» que se habían alejado del ideal islámico, empezando por la Casa de Saud, su país de nacimiento, para reclamar una regeneración que, a través de la observancia estricta de la verdadera religión, elevara al islam al lugar preeminente que le corresponde entre las naciones del mundo.

Pero ¿cómo provocar la gran sacudida que despertara a los creyentes? Poco después de la invasión norteamericana de Afganistán, en una casa de Kandahar se halló una cinta de vídeo de aproximadamente media hora de duración que explicaría la intención última del terrorista. La cinta contiene tres partes, editadas sin respetar la cronología, que recogen la visita que hace a Ben Laden un jeque local y un viaje por las montañas para observar los restos de un helicóptero norteamericano derribado.

Pese a la mediocre calidad de la grabación, se escucha a Ben Laden decir: «Esos jóvenes pronunciaron con hechos, en Nueva York y Washington, discursos que opacaron todos los otros discursos pronunciados en cualquier otra parte del mundo. Los comprendieron tanto los árabes como lo que no son árabes; incluso los chinos». Y añadía: «Gracias a Alá, ha salido por fin de su caverna».

Sí, en su delirio, sólo un ataque global de los «cruzados», heridos en lo más vivo, podría desencadenar la rebelión de los «puros» en la «Casa del islam» y alentar una guerra santa que se prolongara en el tiempo. «Nuestros relojes no marcan la misma hora» es la frase que se le atribuye.

La cronología de esta década nos dice que después de la aparente victoria en Afganistán hubo otra aparente victoria en Irak y que la geografía de Al Qaida fue extendiéndose. Que Yemen, Somalia y los países del Magreb han visto surgir nuevas células islamistas. Que, mediante la violencia y la instigación del odio religioso, se intenta desestabilizar Pakistán. Que las alarmas saltan en Egipto y en Marruecos, en Indonesia y en Nigeria. Y que una ola de furia, intolerancia y fanatismo está castigando principalmente a esa parte de la población que reza a Alá.

¿Triunfará el mal? O mejor dicho: ¿Aguantará Occidente un desafío prolongado en el tiempo y en el horror? La reacción de Bush, herido, en efecto, en lo más vivo, fue llevar el conflicto a territorio adversario. Con Obama, y el bálsamo del tiempo, ha cambiado la táctica, pero no la estrategia. Allí donde sea posible, deberán ser los propios musulmanes quienes se enfrenten a los fanáticos y luchen por su futuro. Bush nunca dijo que todo el islam era culpable. Pero Obama se ha encargado de que el mensaje adecuado, hasta ahora implícito, llegue con nitidez a los árabes.

La década del islam no termina con mejores perspectivas de como empezó. Irak tiene Gobierno, pero no se aleja el fantasma de la guerra civil. Afganistán aún requerirá mucha sangre. Los países árabes más moderados sufren los embates del integrismo local y preocupa la radicalización de las comunidades musulmanas establecidas en territorio occidental. Todo eso es cierto. Pero también lo es que ya no nos sorprenderán contando cuentos a los niños en Florida y que Ben Laden, si es que ésa era su pretensión, no ha conseguido la rebelión de los creyentes. Sólo, y ya es mucho, llevar la tragedia a millares y millares de familias.