Ferias taurinas
Al filo siempre al filo
Al filo estamos de que en este túnel de festejos acabe por entrarnos la luz. Ayer la vislumbramos desde lejos, más a oscuras, queriendo ver donde apenas se intuía. Empujábamos todos en el tercero, en la faena de muleta de Curro Díaz. Recién pasábamos de largo, (estas cosas mejor que pasen deprisa, al menos por la mente) por el esperpento a cargo de Conde. Ya diremos. Díaz salió entusiasta con el capote, henchidos de sed o de hambre de triunfo nos encontrábamos, todos los títulos valen para que las musas hagan el honor de visitarnos en una de estas tardes, y quisimos creer en la faena de Curro. El de Linares apuntó detalles, y sobre todo, disposición, que aunque se presupone, hay quien te niega razones. Y el toro empujó con alegría tras el engaño, con un derrote de final de viaje salvable y con transmisión. En el decoro de Díaz se fundió la faena más buscada que encontrada y deshabitada de temple. Anduvo firme con el que cerró plaza, que dejó estar aunque le faltara remate. Más todavía por el izquierdo. Quizá fue el lote más potable de una corrida tan alta como estrecha, en las antípodas de las hechuras para embestir, pero que se dejó mucho más de lo pensado, a pesar de que en ocasiones tuvo complicaciones. Volvía a Madrid el aroma de un torero de antaño, Juan Mora. Se tomó a pecho su función de director de lidia y no perdió detalle. Veteranía, saber estar y el tipo torero como si recién hubiera pasado los 20 años. A contraestilo le salió el primero, tan flojo que optó por protestar, y dada su altura, era difícil mantener el equilibrio estético. De nuevo le sorprendió el viento con el cuarto. Reponía y se vencía el toro, no era tonto y exigía estar. Acompañó Mora, más relajado a izquierdas y, como siempre, con la espada de muerte desde el principio, sobrevino fin. El esperpento lo dejó en el aire Conde, que se esmeró. Por las puntas cogió el capote ante el segundo, cuatro minutos y medio de faena de muleta, y la estampida en la suerte suprema. No más. Ah sí, dejó que el picador se cebara con el quinto, una vez derribado se levantó como si fuera algo personal, y picó mucho más allá de las rayas del tercio, fuera de sí. Llegó noblón a la muleta, pero qué más da. No hubo verdad. Y se nos fue la tarde al filo, al filo del triunfo, al filo del bochorno. Al filo, pero sin nada.
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